EL CATEQUISTA Y SU RELACIÓN PERSONAL CON JESÚS

 

EL CATEQUISTA Y SU RELACIÓN PERSONAL CON EL SEÑOR

“–Maestro, ¿dónde vives?

–Ven y lo verás.” (Juan 2,38-39)

Querido hermano y hermana catequista:

Cada segundo sábado de marzo tenemos oportunidad de encontrarnos en

La pastoral el EAC (Encuentro Arquidiocesano de Catequesis). Allí juntos retomamos el catequística tiempo anual de la catequesis, centrándonos en una idea fuerza que nos acompañará a lo largo del año. Es un momento intenso de encuentro, de fiesta, de comunión, que valoro mucho y estoy seguro que ustedes también.

Ahora, acercándose la fiesta de san Pío X, patrono de los catequistas, quisiera dirigirme a cada uno de ustedes por medio de esta carta. En medio de las actividades, cuando el cansancio comienza a hacerse sentir, deseo animarlos, como padre y hermano, e invitarlos a hacer un alto para poder reflexionar juntos sobre algún aspecto de la pastoral catequística.

Lo hago consciente de que, como obispo, estoy llamado a ser el primer catequista de la diócesis… Pero sobre todo quisiera, por este medio, vencer algo el anonimato propio de la gran ciudad, que impide muchas veces el encuentro personal, que ciertamente todos buscamos. Además, éste puede ser un medio más para ir trazando líneas comunes a la pastoral catequística arquidiocesana, que permitan una unidad de fondo dentro de la lógica y sana pluralidad propia de una ciudad tan grande y compleja como Buenos Aires.

En esta carta, he preferido no detenerme en algún aspecto de la praxis catequística, sino más bien en la persona misma del catequista.

Numerosos documentos nos recuerdan que toda la comunidad cristiana La comunidad, es la responsable de la catequesis. Algo lógico, ya que la catequesis es un responsable aspecto de la evangelización. Y la Iglesia toda es la que evangeliza; por de la catequesis lo tanto, a este período de enseñanza y de profundización en el misterio de la persona de Cristo “no deben procurarla solamente los catequistas o sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles…” (CT 16). La catequesis se vería seriamente comprometida si quedara relegada al accionar aislado y solitario de los catequistas. Por eso nunca serán pocos los esfuerzos que se hagan en esta toma de conciencia.

El camino emprendido hace años, en procura de una pastoral orgánica, ha contribuido notablemente a un mayor compromiso de toda la comunidad cristiana en esta responsabilidad de iniciar cristianamente y educar en la madurez de la fe. En el ámbito de esta corresponsabilidad de la comunidad cristiana en la transmisión de la fe, no puedo dejar de rescatar la realidad de la persona del catequista.

Los catequistas, cadena de testigos

La Iglesia reconoce en el catequista una forma de ministerio que, a lo largo de la historia, ha permitido que Jesús sea conocido de generación en generación. No en forma excluyente, sino de una manera privilegiada, la Iglesia reconoce en esta porción del Pueblo de Dios a esa cadena de testigos de la que nos habla el Catecismo de la Iglesia Católica: “el creyente que ha recibido la fe de otro… es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.” (CEC 166).

Todos, al hacer memoria de nuestro propio proceso personal de crecimiento en la fe, descubrimos rostros de catequistas sencillos que, con su testimonio de vida y su entrega generosa, nos ayudaron a conocer y enamorarnos de Cristo. Recuerdo con cariño y gratitud a la hermana Dolores, del Colegio de la Misericordia de Flores: fue quien me preparó para la Primera Comunión y la Confirmación. Y hasta hace unos meses todavía vivía otra de mis catequistas: me hacía bien visitarla, o recibirla o llamarla por teléfono.

Hoy también son muchos los jóvenes y adultos que silenciosamente, con humildad y desde el llano, siguen siendo instrumentos del Señor para edificar la comunidad y hacer presente el Reino. Por eso hoy pienso en cada catequista, resaltando un aspecto que me parece que en las actuales circunstancias que vivimos tiene mayor urgencia: el catequista y su relación personal con el Señor.

El catequista y su relación personal con el Señor.

Con toda lucidez nos advierte Juan Pablo II en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte: “El nuestro es un tiempo de continuo movimiento que, a menudo, desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del ´hacer por el hacer´. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando ser antes que hacer. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ´Te inquietas y te agitas por muchas cosas y, sin embargo, una sola e necesaria ´ (Lc 10,41-42)” (Juan Pablo II, NMI 15).

En el ser y vocación de todo cristiano está el encuentro personal con el Señor. Buscar a Dios es buscar su rostro, es adentrarse en su intimidad. Toda vocación, mucho más la del catequista, presupone una pregunta: “Maestro, ¿dónde vives? Ven y verás…” De la calidad de la respuesta, de la profundidad del encuentro surgirá la calidad de nuestra mediación como catequistas.

La Iglesia se constituye sobre este “ven y verás”. Encuentro personal e intimidad con el Maestro que fundamentan el verdadero discipulado y aseguran a la catequesis su sabor genuino, alejando el acecho siempre actual de racionalismos e ideologizaciones que quitan vitalidad y esterilizan la Buena Noticia.

Catequistas santos.

La catequesis necesita de catequistas santos, que contagien con su sola presencia, que ayuden con su testimonio de vida a superar una civilización individualista dominada por una “ética minimalista y una religiosidad superficial” (NMI 31). Hoy más que nunca urge la necesidad de dejarse encontrar por el Amor, que siempre tiene la iniciativa, para ayudar a los hombres a experimentar la Buena Noticia del encuentro.

Todos buscan y desean ver a Jesús.

Hoy más que nunca, se puede descubrir detrás de tantas demandas de nuestra gente, una búsqueda del Absoluto que, por momentos, adquiere la forma de grito doloroso de una humanidad ultrajada: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Son muchos los rostros que, con un silencio más decidor que mil palabras, nos formulan este pedido. Los conocemos bien: están en medio de nosotros, son parte de ese pueblo fiel que Dios nos confía. Rostros de niños, de jóvenes, de adultos… Algunos de ellos, tienen la mirada pura del “discípulo amado”, otros, la mirada baja del hijo pródigo. No faltan rostros marcados por el dolor y la desesperanza.

Pero todos esperan, buscan, desean ver a Jesús. Y por eso necesitan de los creyentes, especialmente de los catequistas que “no solo ‘hablen’ de Cristo sino, en cierto modo, que se lo hagan ‘ver’… De ahí, que nuestro testimonio sería enormemente deficiente, si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de su rostro” (NMI 16).

La misión de consolar al pueblo…

Hoy más que nunca las dificultades presentes obligan, a quienes Dios convoca, a consolar a su Pueblo, a echar raíces en la oración, para poder “acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, la hora de la cruz” (NMI 27). Solo desde un encuentro personal con el Señor, podremos desempeñar la diaconía de la ternura, sin quebrarnos o dejarnos agobiar por la presencia del dolor y del sufrimiento.

…Es posible desde la cercanía de Jesús

Hoy más que nunca es necesario que todo movimiento hacia el hermano, todo servicio eclesial, tenga el presupuesto y fundamento de la cercanía y de la familiaridad con el Señor. Así como la visita de María a Isabel, rica en actitudes de servicio y de alegría, solo se entiende y se hace realidad desde la experiencia profunda de encuentro y escucha acontecida en el silencio de Nazareth.

Testigos más que maestros.

Nuestro pueblo está cansado de palabras: no necesita tantos maestros, sino testigos… Y el testigo se consolida en la interioridad, en el encuentro con Jesucristo. Todo cristiano, pero mucho más el catequista, debe ser permanentemente un discípulo del Maestro en el arte de rezar. “Es preciso aprender a orar, aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: “Señor, enséñanos a orar” (Lc11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes” (Jn 15,4) (NMI 32).

De ahí que la invitación de Jesús a navegar mar adentro debemos entenderla también como un llamado a animarnos a abandonarnos en la profundidad de la oración que permita evitar la acción de las espinas que asfixie la semilla. A veces nuestra pesca es infructuosa porque no lo hacemos en su nombre; porque estamos demasiado preocupados por nuestras redes… y nos olvidamos de hacerlo con y por él.

Estos tiempos no son fáciles, no son tiempos para entusiasmos pasajeros, para espiritualidades espasmódicas, sentimentalistas o gnósticas. La Iglesia Católica tiene una rica tradición espiritual, con numerosos y variados maestros que pueden guiar y nutrir una verdadera espiritualidad que hoy haga posible la diaconía de la escucha y la pastoral del encuentro. En la lectura atenta y receptiva del capítulo III de la carta del Papa Novo Millenio Inenunte, encontrarán la fuente inspiradora de mucho de lo que he querido compartir con ustedes. Simplemente para terminar, me animo a pedirles que refuercen tres aspectos fundamentales para la vida espiritual de todo cristiano y mucho más para la de un catequista.

El encuentro personal y vivo a través de una lectura orante de la Palabra de Dios.

Doy gracias al Señor porque Su Palabra está cada vez más presente en los encuentros de catequistas. Me consta además que son muchos los avances en cuanto la formación bíblica de los catequistas. Pero se correría el riesgo de quedar en un fría exégesis o uso del texto de la Sagrada Escritura si faltase el encuentro personal, la rumia insustituible que cada creyente y cada comunidad deben hacer de la Palabra para que se produzca el “encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia” (NMI 39). El catequista encontrará así la fuente inspiradora de toda su pedagogía, que necesariamente estará signada por el amor que se hace cercanía, ofrenda y comunión.

El encuentro personal y vivo a través de la Eucaristía.

Todos experimentamos el gozo como Iglesia de esta presencia cercana y cotidiana del Señor Resucitado hasta el fin de la historia. Misterio central de nuestra fe, que realiza la comunión y nos fortalece en la misión. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que en la Eucaristía encontramos todo el bien de la Iglesia. En ella tenemos la certeza que Dios es fiel a su promesa y se ha quedado hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20).

La ternura del amor, presente en Jesús Eucaristía.

En la visita y la adoración al Santísimo experimentamos la cercanía del Buen Pastor, la ternura de su amor, la presencia del amigo fiel. Todos hemos experimentado la ayuda tan grande que brinda la fe, el diálogo íntimo y personal con el Señor Sacramentado. Y el catequista no puede claudicar de esta hermosa vocación de contar lo que ha contemplado (1 Jn 1 ss.).

En la celebración de la Fracción del Pan somos interpelados una vez más, a imitar su entrega, y renovar el gesto inédito de multiplicar las acciones de solidaridad. Desde el Banquete Eucarístico la Iglesia experimenta la Comunión y es invitada hacer efectivo el milagro de projimidad por el cual es posible en este mundo globalizado dar un espacio al hermano y hacer que el pobre se sienta en cada comunidad como en su casa (Cf. NMI

50). El catequista está llamado a hacer que la doctrina se haga mensaje y el mensaje vida. Solo así, la Palabra proclamada podrá ser celebrada y constituirse verdaderamente en sacramento de Comunión.

El encuentro comunitario y festivo de la celebración del domingo.

En la Eucaristía dominical se actualiza la Pascua, el Paso del Señor que ha querido entrar en la historia para hacernos partícipes de su vida divina. Nos congrega cada domingo como familia de Dios reunida en torno al altar, que se alimenta del Pan Vivo, y que trae y celebra lo acontecido en el camino, para renovar sus fuerzas y seguir gritando que él vive entre nosotros.

En la Misa de cada Domingo experimentamos nuestra pertenencia cordial a ese Pueblo de Dios al cual fuimos incorporados por el Bautismo y hacemos “memoria” del “primer día de la semana” (Mc 16,2.9). En el mundo actual, muchas veces enfermo de secularismo y consumismo, parece que se va perdiendo la capacidad de celebrar, de vivir como familia. Por eso, el catequista, está llamado a comprometer su vida para que no se nos robe el domingo, ayudando a que en el corazón del hombre no se acabe la fiesta y cobre sentido y plenitud su peregrinar de la semana.

Santa Teresita, con ese poder de síntesis propio de las almas grandes y simples escribe a una de sus hermanas, resumiendo en qué consiste la vida cristiana: “Amarlo y hacerlo amar…” Ésta es también la razón de ser de todo catequista. Solo si hay un encuentro personal se puede ser instrumento para que otros lo encuentren.

Al saludarte por el día del catequista, quiero agradecerte de corazón toda tu entrega al servicio del Pueblo fiel. Y pedirle a María Santísima que mantenga viva en tu corazón esa sed de Dios para no cansarte nunca de buscar su rostro. No dejes de rezar por mí para que sea un buen catequista. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide.

 

21 de agosto de 2001

 

PROPUESTAS DE TRABAJO

Temas

Encuentro con Jesús en la Eucaristía, Celebración del domingo, Palabra de Dios, oración, santidad, catequesis como ministerio…

Para nuestra vida

La catequesis: un ministerio en la Iglesia

La catequesis es una acción de la toda la Iglesia. Por eso la comunidad entera queda comprometida y vinculada a los caminos de iniciación de los catecúmenos. Sin embargo, los catequistas tienen un ministerio específico.

– La Iglesia reconoce en el catequista un ministerio. ¿En qué consiste este ministerio?

– De todo lo que se dice aquí, ¿qué recalcarías sobre el perfil del catequista?

– ¿Cómo es su relación con la comunidad? ¿Por qué?

Dinámica grupal: Cadena de testigos

Los catequistas han hecho posible, a través de su ministerio catequético, que Jesús sea conocido de generación en generación. De una manera privilegiada, podemos decir que el catequista es un creyente que ha recibido la fe de otro y la ha transmitido. Así es como un eslabón de la larga cadena de los creyentes.

  • Cada participante dibuja un eslabón de una cadena.
  • Escribimos en el eslabón el nombre de alguien que haya sido nuestro catequista.
  • Recordamos cómo se organizaban los encuentros de catequesis.
  • Nos acordamos algo de lo que nos transmitió.
  • Cada uno coloca su eslabón junto a otro de otra persona hasta que, entre todos, forman una cadena.
  • Compartimos entre todos: ¿Qué características de estas personas queremos también nosotros transmitir? ¿Cuáles no? ¿Por qué?

Aplicación para catequistas

Además de ser un eslabón en la larga cadena de los creyentes, el catequista es una mujer y un hombre de la Palabra. En ella encuentra la fuente inspiradora de su pedagogía.

Pero no podemos quedarnos en una fría exégesis sino que se vuelve necesaria

“la rumia insustituible que cada creyente y cada comunidad deben hacer de la

Palabra para que se produzca el `encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia´ (NMI 39).”

– ¿Qué momentos dedicamos a este encuentro con la Palabra que interpela, orienta y modela nuestra existencia?

– ¿Cómo incorporamos la lectura orante de la Biblia en los encuentros de catequesis? ¿Cómo responden los catecúmenos?

Para orar

Dedicamos un momento a la lectura de un texto bíblico a manera de lectio divina:

  • Nos sentamos en círculo.
  • Hacemos un momento de silencio.
  • Cantamos algún canto que todos conozcamos. (Puede ser Ven, oh Santo Espíritu.
  • Leemos en voz alta 1 Jn 1,1-4.
  • Repetimos una frase que nos llegue al corazón y escuchamos la que otros eligen.
  • Hacemos un breve comentario en voz alta de lo que más nos llega de lo que hemos leído.
  • Damos gracias por todos aquellos que han sido nuestros catequistas.

Tomado del libro: QUERIDOS CATEQUISTAS

JORGE M. BERGOGLIO
Papa Francisco

 

 

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