LA EXPERIENCIA CRISTIANA ES EXPERIENCIA DE DIOS EN LA CATEQUESIS

LA EXPERIENCIA CRISTIANA ES EXPERIENCIA DE DIOS VIVIDA EN LA IGLESIA AL ESTILO DE CRISTO

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LA EXPERIENCIA CRISTIANA ES EXPERIENCIA DE DIOS

La experiencia religiosa es, en líneas generales, experiencia de la trascendencia que la religión permite interpretar y expresar, la experiencia cristiana de Dios también necesita un sistema de significación que es el que le ofrece la experiencia vivida por la Iglesia a lo largo de su historia y la experiencia que Jesús, el Cristo, vivió e hizo posible que otros vivieran. Estos dos parámetros –vividos en la Iglesia y al estilo de Cristo- hacen posible la interpretación y expresión de la experiencia cristiana de Dios, constituyen sus dos características principales y la distinguen de cualquier otra experiencia de la trascendencia.

Y es también experiencia personal y comunitaria porque el encuentro con Dios, que es personal, se vive en comunidad; es experiencia histórica, como es histórica la revelación de Dios; es experiencia de salvación, porque el encuentro con Dios transforma y libera. Y es experiencia profundamente humana, porque la fe cristiana es experiencia en profundidad de la realidad humana en todas sus dimensiones, plenificada con el sentido más hondo de esa realidad que Dios descubre al hombre.

En cuanto a las características de la experiencia de Dios hay que precisar, en primer lugar, que la experiencia cristiana de Dios pasa por la Iglesia, como comunidad de bautizados que prolonga en la historia de los hombres la acción realizada por Jesús, el Cristo, y en la que se hace verdad la unión de los hombres entre sí y de los hombres con Dios; como pueblo que peregrina por la historia y gracias al cual llega a los hombres de todos los siglos la buena noticia de la salvación.

Al mismo tiempo hay que decir que la experiencia cristiana de Dios se vive al estilo de Cristo, porque Jesús, el Cristo, revela a los hombres cómo es el amor de Dios; porque es el Camino entre Dios y los hombres; porque con su vida muestra cómo es posible experimentar en profundidad la realidad humana y darle sentido trascendente al abrirse a la experiencia de Dios; porque con su predicación responde a las experiencias más profundas del hombre, las explicita y las hace transignificativas.

Una tercera característica es que la experiencia de Dios es siempre personal y no se puede tomar prestada. Y porque es personal, involucra a toda la persona. Por eso no basta comprender a Dios con la inteligencia. Es vivencia que al núcleo toca más interno del propio yo, a la conciencia. Por consiguiente, puede hablarse de una conciencia de Dios que invade lo más profundo del hombre y se irradia a todos los rincones de su vida. Ahora bien, para la iniciación en el contenido de la fe hay que recurrir a unos conceptos y representaciones de Dios que son transmitidos desde fuera y que no alcanzan a tocar a la conciencia, porque el concepto de Dios pertenece a un orden puramente intelectual, mientras que la conciencia está en relación con la experiencia de todo el hombre.

La cuarta característica de la experiencia cristiana de Dios y de toda experiencia religiosa es que no es individual sino comunitaria, compartida por muchos. Porque pasa por la comunidad, se vive en la comunidad, se proyecta a la comunidad. La experiencia cristiana de Dios es, además, experiencia histórica, porque se viven circunstancias históricas concretas y a ellas responde. Y es histórica, porque cada experiencia está relacionada con otras experiencias. Por ello la idea, imagen o representación que el hombre se forma de Dios viene determinada por la que él tiene de sí mismo, del mundo en que vive y de los otros con quienes convive. Y porque es histórica, el hombre descubre la presencia de Dios, la interpreta y expresa su experiencia con las mediaciones que el momento histórico le brinda. Esto explicaría por qué la imagen tradicional de Dios, surgida en otro contexto socio cultural, llega hasta los hombres de nuestros días desprovistos de la experiencia religiosa y reducida a un concepto. No quiere esto decir qué las generaciones anteriores no tuvieran experiencia de Dios, sino que los testimonios de tales experiencias llegaron envueltos en un lenguaje conceptual o en símbolos que la generación actual no sabe interpretar.

Una última característica de la experiencia cristiana de Dios es que es experiencia de salvación, porque la experiencia de Dios transforma a las personas y las relaciones entre ellas. De ahí que si bien la experiencia no es objeto de demostración, ella se evidencia en unos signos, de los cuales el más representativo es que todo individuo o comunidad que experimente a Dios en su vida da testimonio ante los demás de la experiencia vivida aun sin proponérselo. Además de precisar sus principales características resulta indispensable establecer cuál es el camino de la experiencia de Dios, porque tratándose de una experiencia histórica, las circunstancias culturales en las que se vive el encuentro con Dios marcan definitivamente el tipo de experiencia, su interpretación y formas de expresión. Por este motivo la experiencia del hombre campesino no es la misma del hombre de la sociedad industrial, ni es la misma la de la Edad Media que la del siglo XXI, como tampoco es la misma la del cristianismo europeo que a del cristianismo latinoamericano.

Se puede experimentar la presencia de la trascendencia en el encuentro con la naturaleza y en la contemplación de sus maravillas descubrir la manifestación de lo sagrado. Y no sólo en la naturaleza, el encuentro del hombre con las cosas y los hombres que hacen presente a Dios, que son hierofanías,  (manifestación de lo sagrado) es también encuentro con Dios. Esta es la experiencia propia del mundo sacral de las sociedades rurales, a las cuales no ha llegado la revolución industrial. O se puede descubrir y sentir la presencia de Dios en un mundo secularizado, a partir de la experiencia profunda de la propia realidad en toda su densidad humana personal y social donde surgen las preguntas por el sentido del hombre y de la historia como preguntas vitales a las que hay que dar respuestas profundas, es decir, respuestas trascendentes.

Una tercera modalidad de experiencia de encuentro con Dios ocurre en el encuentro con el otro y con los otros, en la solidaridad y compromiso de liberación. Es la experiencia que florece en el pueblo latinoamericano, que no pertenece al mundo sacral, tampoco se alinea en el mundo secularizado propio de las sociedades desarrolladas y es víctima de situaciones de injusticia y opresión que claman solidaridad y liberación.

Existen y han existido otras formas de experiencia, pero las tres anteriores pueden considerarse como las más representativas y las que es posible identificar en el momento actual. Otro aspecto que hace falta tener en cuenta para un trabajo de iniciación a la experiencia de Dios son sus dificultades y los obstáculos que pueden hacer prácticamente imposible vivirla, tanto para el mismo educador como para el grupo de alumnos. Es el reto que se le presenta al educador de la fe y a todo educador que quiere entregar lo mejor de sí mismo a su trabajo. Una de tales dificultades es que la catequesis ha sido considerada como la transmisión de unos contenidos doctrinales, por lo que para muchos ésta puede ser la tarea del educador y probablemente rechacen cualquier otra forma de hacerlo.

Un obstáculo bien serio es que ciertamente la experiencia de Dios exige una especial sensibilidad para descubrir su presencia y su cercanía y es evidente también que las circunstancias que rodean la existencia del hombre moderno no favorecen semejante sensibilidad. Y un obstáculo más serio todavía es el ateísmo del mundo de hoy.

Hay que reconocer que Dios es hoy para muchos una palabra vacía de contenido y que no encuentra lugar en su vida, no porque la fe en Dios se vea atacada por la filosofía moderna o la ciencia, sino porque falta la experiencia de Dios debido a que la manera tradicional de hablar de Dios, sustentada por una filosofía metafísica y conceptualista, lo redujo a un concepto por el cual se podría sentir curiosidad y atracción, pero que no tocaba la vida. El ateísmo y la manera tradicional de hablar de Dios bloquean la posibilidad de abrirse al encuentro con su amor. Otro peligro que acecha es confundir la experiencia de Dios con cualquier práctica religiosa, incluso con prácticas alienantes. La diferencia entre la experiencia de Dios al estilo de Cristo y otras experiencias es que la cristiana pone al hombre de cara a la propia existencia por medio de la Palabra de Dios que resuena por la fuerza del Espíritu en la Iglesia.

También existe la dificulta de encontrar a Dios en la vida de todos los días, la distinción entre espacios, tiempos, personas y cosas que son sagrados; espacios, tiempos, personas y cosas que son profanos. En la experiencia cristiana Dios es una presencia continua que se manifiesta en todas las circunstancias de la vida de las personas y de la sociedad y no sólo en unos momentos. En el cristianismo no hay ámbitos profanos donde no hay lugar para Dios y ámbitos sagrados a los cuales lo ha recluido el hombre. Constituye un tropiezo para que la fe llegue a ser experiencia el creer que a Dios hay que buscarlo en el más allá o que es una verdad que hay que demostrar con argumentos de razón.

A Dios se le encuentra en medio de la vida de todos los días y para encontrarlo es preciso buscarlo. O mejor, dejarse encontrar por su amor, porque es él quien toma la iniciativa. Hay que buscarlo en el hombre y en la historia de los hombres como el Dios que salva y libera. Hay que buscarlo en el otro, especialmente en el pobre y en el necesitado, que es lugar de encuentro con Dios y de experiencia de Dios, Y no hace falta demostrar su existencia, porque la fe no es la aceptación de unas pruebas dirigidas a la inteligencia, sino respuesta del hombre a la realidad viva que ha experimentado, porque ha descubierto su cercanía, porque la fe cristiana no encuentra su sentido en una’ afirmación externa de unas verdades, sino que está encaminada a transformar la vida de las personas. Un último peligro contra el que hay que alertar son las deformaciones religiosas marcadas por el individualismo, la pasividad y el conformismo, así como toda práctica que permita evadir el compromiso con la realidad histórica.

La experiencia cristiana de Dios provoca el cuestionamiento de las estructuras injustas y ofrece el testimonio de la solidaridad frente al individualismo, el cambio social frente a la legitimación del orden establecido, de la liberación frente a la opresión.

El contenido de la catequesis es, entonces, la proclamación del amor de Dios que Jesús, el Cristo, manifiesta a los hombres con su vida. Consiguientemente, la educación de la fe no se puede proyectar hoy a base de transmitir conceptos, sino propiciando el encuentro con Dios por medio de su Palabra, de las celebraciones de la Iglesia y del compromiso con toda persona necesitada. No se trata de probar con argumentos abstractos la existencia de Dios o sus atributos, sino de acompañar a descubrir, a sentir e interpretar la presencia de Dios en la vida de los hombres y en su historia para poder vivir la experiencia personal de esa presencia. Y, por último, en esta forma de pedagogía de la fe no es una acción individual ni una tarea insignificante la que realiza el educador en la fe, pues es la acción de toda la Iglesia que tiene el encargo de hacer resonar entre los hombres la buena noticia del amor de Dios, acción por la cual, además, se construye la comunidad que manifiesta entre los hombres ese amor.

Isabel Corpas de Posada

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