Un apretón de manos es más que una limosna
Una señora, que siempre daba una limosna a un mendigo, que estaba pidiendo a la puerta de la Iglesia, se llevó aquel día la mano a la cartera, y cayó en la cuenta de que había dejado en casa su monedero. El mendigo mantenía su mano extendida hacia ella. Con tacto y rapidez aquella señora le dijo: “Hoy no tengo nada que darte pero al menos puedo estrecharte la mano”. Y así lo hizo, con sincera naturalidad de sentimiento. Y el mendigo no se dejó ganar en cortesía, aceptó el apretón de manos y dijo: “Hoy Ud. me ha dado más que todos los otros días”.
Además de las siete obra de misericordia corporal el catecismo nos sugiere también otras siete obra de misericordia espiritual: aconsejar a los dudosos; corregir a los extraviados; consolar a los afligidos; enseñar a los ignorantes; acompañar a los que están solos; soportar las personas molestas: y rezar por los vivos y difuntos.” Lo que cuesta, mucho más que una simple limosna, es preocuparse por el necesitado, saber perder tiempo con los que necesitan de consuelo y compañía. La señora del cuento hizo lo que pudo con todo su corazón y el mendigo entendió y apreció su gesto de bondad.
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