LA ESPIRITUALIDAD, ES PARTE VITAL EN LA VIDA DEL CATEQUISTA

La persona del catequista requiere vivir una Espiritualidad

 

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La persona del catequista requiere vivir una Espiritualidad

*   Todos los rasgos y cualidades que iremos presentando, y que configuran el per­fil del catequista, los agruparemos bajo la perspectiva de la «espiritualidad del cate­quista». Pero conviene explicar un poco qué entendemos por espiritualidad.

–  Espiritualidad, de una manera sencilla, podemos decir que es la forma como un cristiano vive y expresa sus relaciones con Dios.  Pero la espiritualidad no puede re­ducirse a cumplir unos ritos religiosos o hacer unas prácticas piadosas. La espiritua­lidad no es algo externo a la persona sino que tiene que afincarse en lo más hondo del hombre, abarcar a la persona entera en su dimensión más profunda.

–   Es cierto que la espiritualidad del catequista está encuadrada en la vocación ge­neral cristiana. Sin embargo para un catequista no es suficiente un programa de vida espiritual en general, un vivir genérico y abstracto la propia fe, hacer las prácticas del buen cristiano, observar ejemplarmente las virtudes ascéticas.

La vida cristiana, la espiritualidad del catequista, no ha de ser la de un cristiano general. El catequista es más. Es un cristiano-catequista. Esto marca su persona y le plantea, sin duda, nuevas y mayores exigencias. Por tanto creo que un catequista es «espiritual» cuando el ser catequista lo vive desde su yo más profundo y esto, ilumi­nado y apoyado por el Espíritu, lo integra coherentemente en su proyecto de vida cristiana.

*   Todo esto no ha de ser, para nosotros, motivo de desaliento por las exigencias que plantea. Es más bien un orgullo, pues expresa la alta dignidad que el ser cate­quista tiene en la Iglesia y supone una llamada a vivir el ser catequista no como algo añadido a nuestra vida cristiana, sino como algo que constituye su núcleo más pro­fundo. El ser catequista configura, de una manera determinada, toda nuestra forma de ser y vivir como cristianos.

¿Es la espiritualidad del catequista laico diferente de la de otros cristianos laicos?. Algunos responden diciendo que ser catequista es una actividad temporal que no requiere una espiritualidad concreta. Otros, por el contrario, piensan que no todo el mundo vale para ser catequista, que se necesita tener “algo” especial para dedicarse a la catequesis, esto es, que: “El catequista es un cristiano llamado por Dios para este servicio. Ha de ejercerlo conforme al modelo que le ofrece Jesús, Maestro. Movido por el Espíritu lleva a cabo su tarea con una espiritualidad peculiar. Desde su vinculación a la Iglesia realiza un acto eclesial que es, al mismo tiempo, un servicio a los hombres, lo que le hace estar constantemente abierto a sus gozos y preocupaciones”.

 Un cristiano agradecido

 Estar implicado en la misión de catequizar es una experiencia original que afecta a toda la vida del catequista. En la medida en que se entrega con generosidad a la misión, el Espíritu San­to va desarrollando en el ser del catequista un nuevo modo de vivir la vida cristiana. El catequista no sólo evangeliza a otros, sino que es evangelizado él mismo en el desempeño de la ta­rea de catequizar,

Un catequista es un cristiano que reconoce que toda su vi­da es fruto del amor de Dios. Su vocación y espiritualidad bro­ta del sacramento del Bautismo, es robustecida por el sacra­mento de la Confirmación, gracias a los cuales participa de la «misión sacerdotal, profética y real de Cristo», Además de la vocación común al apostolado, algunos laicos se sienten lla­mados interiormente por Dios para asumir la tarea de ser cate­quistas (DGC 231).

Su verdadera vida comenzó en el Bautismo, al morir y re­sucitar con Cristo por el agua y el Espíritu Santo, se consolidó en el sacramento de la Confirmación que le hizo testigo y após­tol de Jesucristo y se alimenta asiduamente con la Eucaristía: Donde aprenderá a conocer la gran caridad de Nuestro Señor que nos da su cuerpo, su alma, su divinidad y le enseña a amar a sus hermanos y a sacrificarse por ellos como Jesucristo (Bea­to CHEVRIER, Escritos Espirituales, 46). El catequista proclama en toda su vida y, en especial, en la catequesis, lo que ha acon­tecido en él por su participación en el Misterio Pascua!.

El catequista es para su grupo de catequesis testigo público de la obra de Dios en su vida. Como el leproso curado por Je­sús en el Evangelio, el catequista agradece la salvación recibi­da y, desde esa experiencia de vida nueva, anuncia el amor ge­neroso de Dios para con todos: Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos (Lc 17,15),­

Ser catequista es dar fe ante otros de que Dios tiene poder para salvar al hombre del pecado y de la muerte. Que Dios, por la Muerte y Resurrección de su Hijo Jesucristo, ha dado la vida en plenitud al hombre caído y sumergido en el pecado. Sin grandes pretensiones ni cosas espectaculares, el catequista canta agradecido las maravillas del Señor todos los días de su vida, a imitación de la Virgen María en su canto del Magnífi­cat: Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi es­píritu en Dios, mi salvador (Lc 1,46-47).

La proclamación gozosa de la salvación recibida gratuita­mente en Jesucristo es un anuncio urgente y necesario que el catequista debe dar en el momento religioso y cultural por el que atraviesa nuestro mundo paganizado. Un mundo centrado en la fuerza del poder humano y lejano a reconocer la gratuidad de la salvación. Podemos decir que el catequista es un juglar del amor de Dios: El testimonio de fe del catequista y su pala­bra evangelizadora forman una unidad estrecha en orden a la eficacia real de la catequesis (CF 61).

 

 

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