Mi sombra no me hace ni más grande ni más chico
En una aldea de pescadores, una muchacha quedó embarazada. Sus padres le pegaron hasta que confesó quién era el culpable de su embarazo: “Es el maestro budista que vive en el templo fuera de la aldea.” les confesó la muchacha.
Sus padres y todos los aldeanos quedaron indignados. Corrieron al templo, después de que el bebé nació, y lo dejaron frente al maestro diciéndole: “¡Hipócrita! ¡Ese niño es tuyo! ¡Cuídalo!”
Todo lo que el maestro dijo fue: ¡Muy bien! ¡Muy bien!. Y dio el bebé a una de las mujeres de la aldea, encargándose de los gastos.
Después de esto, el maestro perdió la reputación, sus discípulos lo abandonaron y ya nadie iba al templo a rezar. Esto duró algunos meses. Cuándo la muchacha vio eso, no pudo aguantar el remordimiento y finalmente se decidió a decir la verdad. El padre del niño, en realidad, no era el maestro, sino un muchacho de la vecindad.
Cuando sus padres y toda la aldea supieron esto, volvieron al templo y se postraron delante del maestro. Imploraron su perdón y pidieron que les devolviese el bebé. El maestro devolvió el bebé y todo lo que dijo fue: “¡Muy bien! ¡Muy bien!”
Admirable la tranquilidad y la paciencia de este maestro budista. Había aprendido de Buda, el iluminado, que lo que cuenta no es lo que dicen de nosotros los demás sino lo que nos dice la conciencia.
El monje del cuento no le daba ninguna importancia a lo que de él pensaba la gente. Si lo que los demás dicen es una mentira, que digan, lo que quieran; sus juicios no me hacen ni más grande ni más pequeño; como sucede a mi sombra que se achica o se agranda según que salgo de mediodía o con el sol de la tarde.
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