La lección del perrito Bingo cojo de una pata
“Bingo” el perro de mi vecino, el cazador, ha vuelto cojo de la cacería del domingo: una trampa ha estado a punto de destrozarle la pata derecha delantera. Y el pobre animal, al que otros días, en el ascensor, tengo que frenar para que no me ensalive la cara a lengüetazos, me mira hoy con ojos tristes, pegado a los rincones, con la patita levantada como si quisiera explicarme su tragedia.
Pero, apenas llegamos y se abre la puerta del ascensor, como si de repente se olvidara de todo su problema bingo sale correteando hacia sus amigos, los niños, levantando la pata derecha y apoyándose, con extrañas posturas, en las otras tres patas. Es como si se volviera payaso y pusiera en su andar a la pata coja algo de farsa y de broma. Corre, salta, todo sin tocar jamás el suelo con su pata herida. Se diría que toda la vida hubiera tenido solamente tres patas.
La condición humana es algo así: ningún ser humano pasa mucho tiempo sin que se le venga a los suelos algunos de sus sueños.
Pero la otra lección de la vida es que el ser humano tiene siempre al menos el doble de capacidad de resistencia de la que creía tener. Si le cortan un pie, aprende a caminar con el otro; si le cortan también el otro se arrastra; si no puede arrastrarse, sonríe; si no tiene fuerzas para sonreír, aún le queda la capacidad de soñar que es una nueva forma de caminar en esperanza.
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