DE CATEQUESIS Y CATEQUISTA

De catequesis y catequista

Mons. Sebastián

Comienzan las catequesis, en este mes en que los obispos de todo el mundo están reunidos en Roma en el Sínodo que está tratando la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. Tenemos el Catecismo de la Iglesia Católica, el Compendio del Catecismo y el nuevo Catecismo Jesús es el Señor, aprobado por la Conferencia Episcopal Española como herramientas para la catequesis y para los catequistas

Según como se considere, la Catequesis es una de las actividades más antiguas y constantes en la Iglesia católica, y sigue siendo una referencia indispensable en la formación de los cristianos y en el anuncio de la fe. Pero desde hace ya unos cuantos años, la entendemos y queremos vivirla de otra manera, con características diferentes.

Una de estas características es su carácter catecumenal y bautismal. Las dos cosas vienen a significar lo mismo. Catequesis catecumenal quiere decir catequesis que prepara para recibir consciente y adecuadamente el bautismo, o, en el caso de los ya bautizados, para descubrir, aceptar, renovar y vivir el propio bautismo de manera consciente y efectiva.

Esta catequesis catecumenal es un proceso, un camino, una verdadera transformación personal, desde la ignorancia hasta el conocimiento de Jesucristo y de Dios, desde la indiferencia a la conversión y al amor, desde el pecado a la justicia interior, desde la idolatría hasta la verdadera piedad, desde la apatía hasta las buenas obras. En pocas palabras, desde la existencia perdida hasta la existencia rescatada y santificada de los que están y viven en Cristo.

Por eso mismo, queremos que sea una catequesis continuada. Es decir, no una catequesis esporádica, que se hace un poco precipitada e interesadamente para ponerse en condiciones de recibir a plazo fijo un determinado sacramento (“catequesis de comunión”, “catequesis de confirmación”), sino un proceso continuado que conduce al catecúmeno o bien a prepararse interiormente para recibir el bautismo e ingresar en la Iglesia por la puerta de la fe y de la conversión a Jesucristo, o, en el caso de los ya bautizados, les lleva a descubrir la realidad de su propio bautismo y de su condición de cristianos, miembros de la Iglesia y de Cristo, hijos de Dios y templos del Espíritu Santo. En definitiva, el catecumenado es, para todos los bautizados, antes o después del bautismo, el camino indispensable hacia la verdadera existencia cristiana.

Estas cualidades de la catequesis tienen que estar presentes igual en la catequesis de adultos que en los niños y jóvenes. La catequesis de los niños y adolescentes no puede ser menos bautismal ni menos catecumenal que la de los adultos. Podrá tener otras características pedagógicas, pero en lo esencial tiene que ser también una catequesis de conversión, que les ayude a conocer la belleza y grandeza de Jesucristo como Hijo de Dios y Salvador nuestro, que les descubra la cercanía, la bondad y la soberanía de Dios como Creador y Padre, que les enseñe poco a poco a vivir como cristianos en toda la variedad de las circunstancias de la vida, con convencimiento y motivaciones personales, con la sinceridad y la seriedad propias de las decisiones profundas que orientan la vida para siempre.

Es evidente que el factor decisivo para que haya buena catequesis son los catequistas. Ellos son los que, en último término, “hacen” la catequesis. Por ellos pasa la doctrina de la Iglesia y la misma revelación de Dios que llega a los catequizandos. Ellos, con su vida, son los primeros testigos y el principal argumento que el catequizando tiene para percibir la importancia, la verdad y la bondad de la fe. Antes nos enseñaban a ser cristianos en nuestra casa. En casa comenzábamos a rezar y hacíamos el primer aprendizaje de las virtudes cristianas. Ahora, en muchos casos, es el catequista, que es casi siempre quien tiene que enseñar a los niños las primeras oraciones y transmitirles el primer encuentro vital con el mundo de la fe, con Jesucristo, con la Virgen María y con los santos, con el Dios del cielo, con la vida justa y santificada de los hijos de Dios, enseñándoles los hábitos virtuosos propios del cristiano.

Por todo ello la figura del catequista está adquiriendo una importancia de primer orden en la composición y acción pastoral de la parroquia. Es probablemente la participación más importante que los laicos pueden tener hoy en la misión de la Iglesia. Anunciar a las nuevas generaciones la salvación de Dios hecha en Jesucristo, ayudarles a creer en la manifestación de Dios y enseñarles uno por uno a vivir como cristianos es la tarea fundamental de una Iglesia evangelizadora y convertidora en la mayoría de nuestros pueblos y ciudades. Y eso, en buena parte, nuestra Iglesia lo hace hoy por medio de los catequistas.

Estos catequistas no se improvisan. Son el fruto de una vida de piedad y fidelidad, de un trabajo intenso de formación doctrinal y pedagógica, de unos cuantos años de experiencia y perseverancia. Una de las tareas más importantes que el sacerdote debe hacer en su parroquia es descubrir y seleccionar los futuros catequistas, ayudarles a formarse bien, atenderles en todo lo necesario para que vivan una vida cristiana intensa y ejemplar. La fe y la vida cristiana se transmiten sobre todo por imitación. El mejor modo de aprender a ser cristiano es viendo cómo viven otros cristianos, admirando e imitando la vida de algunas personas queridas y admiradas. El primer ejemplo tiene que venir de los padres, y su mejor complemento es el del sacerdote y el de los catequistas.

El esfuerzo de los catequistas ha de centrarse en transmitir la doctrina de la Iglesia, sin mezclarla con opiniones ni líneas personales, tratando de despertar en los catequistas el amor a la vida santa de los buenos cristianos, en estrecha comunión y comunicación real con las personas y la vida de la Iglesia. No se trata de enseñar muchas cosas, sino de saber transmitir el núcleo central de la fe cristiana, aceptada y querida de tal manera que llegue a ser el centro inspirador de la vida entera de cadacatequizando. Catequistas y catequizandos tienen que estar arraigados en el corazón mismo de la parroquia, muy cerca del párroco, como manantial suave y constante de la comunidad parroquial en continuo crecimiento y en continua renovación espiritual.

Es una pena que los padres cristianos no apoyen más la formación cristiana de sus hijos. Con frecuencia se da más importancia al deporte, al ballet o a la música que a la educación cristiana de los hijos, hecha de manera ordenada y sistemática. Es indispensable este apoyo para que los niños y jóvenes asistan con asiduidad, para que la valoren, para que ellos sientan que en casa se da importancia a lo que él está aprendiendo y recibiendo en la catequesis. Esto no siempre ocurre. Y es una de las carencias más graves de la Iglesia en estos momentos.

No quiero terminar sin antes agradecer a nuestros catequistas su colaboración, los esfuerzos que hacen para formarse bien, el testimonio admirable de su vida y de su amor hacia los niños, adolescentes, jóvenes y adultos de nuestras parroquias, y la Iglesia universal y católica. Ellos forman parte del capital más importante con el que cuenta la Iglesia de Dios para cumplir hoy su misión en nuestra tierra. Que el Señor y la Virgen María nos bendigan, nos conforten en todo momento y os den el gozo de colaborar intensamente en el crecimiento espiritual de nuestra Iglesia, el advenimiento del Reino de Dios y la mejora profunda de nuestras vidas y de la sociedad entera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *