USO DE LA ESCRITURA EN CATEQUESIS: NECESIDADES, DIFICULTADES Y POSIBILIDADES
Introducción
Lo más importante acerca de la relación entre catequesis, catequista y Biblia ha quedado dicho prácticamente en los dos textos anteriores. Quiero sin embargo recoger en esta tercera algunas cuestiones, teóricas y prácticas, que pueden complementar lo anterior y dar ocasión a un diálogo fluido sobre el asunto. Primero, intentaré presentar de manera sobria la fundamentación teórica de la necesaria e imprescindible relación entre Biblia y catequesis. Después pasaré a presentar también muy brevemente dos cuestiones de tipo práctico: las dificultades que pueden surgir en el uso de la Biblia en la catequesis, y las posibilidades que hoy tenemos en este campo.
La necesaria presencia de la Biblia en la catequesis.
Aunque ya he hablado incidentalmente de este asunto, y aunque ha sido tratado, y muy competentemente, en otros estudios, no está de más que resumamos aquí el fundamento de la imprescindible relación entre Biblia y catequesis, dicho de otra manera, la necesaria presencia de la Biblia en la catequesis.
Fundamentación teórica
El principio básico por el que se exige que la catequesis esté siempre unida a la Sagrada Escritura es la adscripción de la catequesis al ministerio de la palabra, es decir, a la misión de dar a conocer la palabra de Dios que contiene el mensaje de salvación. La constitución Dei Verbum del Vaticano II es explícita en este punto:
«La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura» (n. 24).
Bien es verdad que palabra de Dios no se identifica sin más con Sagrada Escritura, ya que la palabra salvadora del Evangelio llega a los hombres por medio de tradiciones no escritas y por los libros de la Escritura inspirada, tal como afirma la sesión cuarta del concilio de Trento (EB 42; DS 1501).
Pero también es cierto que la Sagrada Escritura contiene y es palabra de Dios, de acuerdo con la afirmación de la Dei Verbum, que acabo de proponer. Por consiguiente, la conexión entre catequesis y Escritura Sagrada es normal y connatural al ser y a la finalidad de la catequesis.
A decir verdad, en algunos momentos de la vida de la Iglesia esta relación entre catequesis y Sagrada Escritura, por diversas circunstancias históricas, ha sido menos visible. Pienso sobre todo en los tiempos posteriores a la reforma de Trento, y concretamente en la Iglesia española, donde llegó a estar prohibida la versión de la Biblia a las lenguas vulgares por más de dos siglos. Pero aún en este caso, el catecismo era una explanación del símbolo de la fe, síntesis de la Escritura sagrada, según los grandes padres y escritores eclesiásticos.
Además, inmediatamente surgieron las historias sagradas, que fueron como el complemento de esos catecismos poco bíblicos. Cuando la Iglesia en pleno ha vuelto a considerar el interés y la importancia del contacto directo con la Escritura santa, ya sin los peligros que se pensó había en otros momentos de la historia, la presencia de la Escritura en la catequesis se ha hecho manifiesta y se ha comprendido que la necesaria unión de una y otra se manifiesta más plenamente y con más provecho para los fieles cuando se hace de manera más explícita y más abundante.
Este es el sentido de todos los documentos posteriores al Vaticano II. Así el Directorio General para la Catequesis de 1997, que en su número 127, después de constatar la enseñanza de la Dei Verbum, afirma que «la Iglesia quiere que, en todo el ministerio de la Palabra, la Sagrada Escritura tenga un puesto preeminente. La catequesis, en concreto, debe ser “una auténtica introducción a la lectio divina, es decir, a la lectura de la Sagrada Escritura, hecha según el Espíritu que habita en la Iglesia”». Y, citando la exhortación postsinodal de Benedicto XVI, Verbum Domini, ya aludí en la primera intervención al número 74, donde se nos dice que «un momento importante de la animación pastoral de la Iglesia en el que se puede redescubrir adecuadamente el puesto central de la Palabra de Dios es la catequesis, que, en sus diversas formas y fases, ha de acompañar siempre al Pueblo de Dios».
Al mismo tiempo se recuerda allí, citando el Directorio General para la Catequesis, que «la catequesis ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los mismos textos». La Biblia en las cuatro partes del catecismo: credo, mandamientos, sacramentos, oración (padrenuestro) Consecuencia de ese principio general es que el catecismo debe inspirarse en la Escritura Sagrada, tal como ha sido comprendida en la Tradición viva de la Iglesia. Esta segunda precisión es importante. La Tradición viva de la Iglesia es, por una parte, el depósito de la verdad revelada y de la vida vivida en la Iglesia de todos los tiempos.
Pero esto no basta. La Tradición viva de la Iglesia incluye, además, la acción del Espíritu Santo sobre la Iglesia, para descubrir en ese depósito las respuestas adecuadas a las preguntas de cada tiempo y cada cultura, para descubrir en ese depósito la palabra viva de Dios, capaz de dialogar con el creyente de cada tiempo en cada circunstancia. Por tanto, y teniendo en cuenta las cuatro partes del catecismo tradicional, la palabra de Dios se refleja en las respuestas dadas a problemas de cada tiempo a lo largo de la vida de la Iglesia, siempre con una amplia apertura a las cuestiones del tiempo en que el catecúmeno recibe la instrucción cristiana precisa.
Ahora bien, a la hora de elaborar el catecismo, cada una de sus partes hace presente la Sagrada Escritura de manera diferenciada. Así, en la parte doctrinal dedicada al credo, el catecismo debe resaltar la dimensión histórico-salvífica subyacente al símbolo de la fe, haciendo visible la expresión clásica de los Padres de la Iglesia (San Agustín, san Cirilo de Alejandría, como hemos visto), según los cuales el símbolo de la fe es una síntesis de lo contenido en las Escrituras. La segunda sección, dedicada a los mandamientos, debe recoger los mandamientos de Moisés, pero leídos con los ojos de Jesucristo, uno de cuyos ejemplos máximos tenemos en el discurso del monte, concretamente en Mt 5. Más difícil es a veces la relación directa entre Sagrada Escritura y algunos sacramentos, especialmente aquellos en los que no hay referencia directa sobre su institución por el Señor.
Tanto en estos casos, como en aquellos otros en los que el sacramento aparece con toda claridad en la Escritura, el catecismo, aparte de citar los textos tradicionales, debe enriquecer la visión del sacramento con pasajes bíblicos que ayuden a la comprensión del sacramento. Pienso, p, ej., en el sacramento de la reconciliación, donde todo el sentido del sacramento no está solo en la entrega a Pedro de la potestad de perdonar, sino en el anuncio gozoso de Jesús acerca del Dios misericordioso que acoge al pecador como un Padre, según la inolvidable parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso. Finalmente, con respecto a la cuarta parte del catecismo, la oración y la liturgia, las palabras de Jesús son abundantes y el padrenuestro es sin duda el texto de referencia.
Aquí también, el catecúmeno debe ser especialmente introducido en la vida litúrgica, donde la proclamación de la palabra de Dios mediante las lecturas bíblicas adquiere su lugar más propio y adecuado. En todos los casos, el catequista debería tener siempre presente, que no se trata de referir únicamente textos bíblicos o de ilustrar con ellos algún punto doctrinal. Su tarea es más profunda y más bella. Debe acompañar al catecúmeno, para que logre una cercanía cordial con la palabra de Dios, para que aprenda a convivir con ella, a escucharla con sencillez, a convertirla en parte de su oración, a experimentar la compañía de Jesucristo cada vez que leemos la Escritura, pues en esa proclamación, externa o interna, de la palabra de Dios Cristo se nos hace misteriosa y realmente presente, como afirma la constitución sobre liturgia del Vaticano II Sacrosanctum Concilium 7, y retoma en su
encíclica Misterium fidei 5 el beato Pablo VI. La constante referencia Biblia-catecismo, catecismo-Biblia El catecismo, por tanto, a la vez que es compendio de la Escritura, como hemos visto que decían los padres de la Iglesia, nos presenta la fe tradicional de la Iglesia.
Esto no significa presentar el contenido de la fe como algo siempre inamovible. Por apoyarse en la Escritura, leída y comprendida a la luz de la Tradición viva de la Iglesia, presenta en cada tiempo el contenido de la fe profesada por toda la Iglesia, siempre enriquecida por la luz del Espíritu y, por tanto, con la capacidad de dar respuesta a las nuevas preguntas que cada tiempo plantea a la cambiante vida humana y a la fe cristiana de todos los tiempos.
Esto es lo que afirma la Verbum Domini, apoyándose en el Directorio General para la Catequesis, en el número 74 tantas veces citado: «Es importante subrayar la relación entre la Sagrada Escritura y el Catecismo de la Iglesia Católica, como dice el Directorio general para la catequesis: “La Sagrada Escritura, como Palabra de Dios escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo y el Catecismo de la Iglesia Católica, como expresión relevante actual de la Tradición viva de la Iglesia y norma segura para la enseñanza de la fe, están llamados, cada uno a su modo y según su específica autoridad, a fecundar la catequesis en la Iglesia contemporánea”».
En este sentido, puede recibe en el catecismo una interpretación fundamentada en la Tradición viva de la Iglesia, que ayudará al lector de la Biblia durante toda su vida. De este modo, la relación Biblia-catecismo es i prescindible, necesaria, dinámica y enriquecedora. El catecismo, en efecto, nace de la Sagrada Escritura como expresión compendiosa del evangelio de Jesucristo, y, a la vez, enriquece la lectura de la Sagrada Escritura, actualizándola a la luz de la Tradición viva de la Iglesia.
Esta es la última razón por la que catecismo y Biblia son inseparables. Y, por eso mismo, el catecismo ha de ser la mejor introducción a la Biblia y su viva interpretación eclesial. A mi juicio, los dos catecismos que analicé en la intervención anterior cumplen suficientemente esta misión, siempre naturalmente que sean utilizados con inteligencia por el catequista. Tienen además, como elemento muy positivo, que organizan su exposición en un esquema amplio y flexible de la historia de la salvación, que conecta con el mundo y el catecúmeno de hoy, lo que es especialmente visible en el catecismo Testigos del Señor.
Posibilidades para el uso de la Biblia en la catequesis
La exhortación postsinodal Verbum Domini, en su número 74 como ya hemos visto, inicia su presentación de la relación entre Biblia y catequesis con una clara alusión al encuentro de Jesús con los discípulos que caminan hacia Emaús: «El encuentro de los discípulos de Emaús con Jesús, descrito por el evangelista Lucas (cf. Lc 24, 1335), representa en cierto sentido el modelo de una catequesis en cuyo centro está la «explicación de las Escrituras», que solo Cristo es capaz de dar (cf. Lc 24, 2728), mostrando en sí mismo su cumplimiento».
Si he entendido bien esta afirmación, se nos está diciendo que el conocido pasaje evangélico es a la vez una indicación de la centralidad de la Escritura en la catequesis y, al mismo tiempo, una sugerencia metodológica. Veamos ambas cosas. La integración de la Biblia en los catecismos En el clásico relato, Lucas refleja con toda seguridad el modo de leer la Escritura existente en la comunidad cristiana que él conoce. Una Escritura que en estos momentos coincide con la Biblia hebrea en su versión griega de los Setenta y que pronto se convertirá en el Antiguo Testamento.
El método propuesto consiste en leer e interpretar toda la Escritura sistemáticamente y en clave de historia de salvación desde el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, explicando cómo entre todos los acontecimientos de esa historia los hay que se refieren a Cristo y encuentran en Cristo su plena realización. La historia de la interpretación de la Biblia nos informa de cómo se ha prolongado este modelo en distintos momentos y en distintas situaciones.
Y ello nos explica por qué contra marcionitas y gnósticos la Iglesia nunca quiso prescindir del Antiguo Testamento. No podía hacerlo, si no quería traicionar lo aprendido del mismo Jesús y de la Iglesia apostólica. ¿Cómo integrar esto en la catequesis y en el catecismo en concreto? Es probable que el relato de Lucas refleje más una interpretación en el contexto litúrgico que en el de una catequesis. De hecho, el pasaje lucano concluye con la fracción del pan, es decir, con la celebración de la eucaristía, momento en el que se lleva a cabo el reconocimiento decisivo por los discípulos del Señor resucitado. Sin embargo, no deja de ser también un ejemplo del modo de tratar la Escritura en la catequesis, pues se trata de una enseñanza dirigida a discípulos, parece sistemática (comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras, v. 27) y culmina en la celebración litúrgica de la eucaristía, lo cual nos da el contexto de la catequesis en la comunidad cristiana primera, donde los catecúmenos se preparaban para recibir el bautismo y participar en la eucaristía, as pecto éste que se refuerza con las catequesis mistagógicas.
Sea como fuere, encontramos aquí dos elementos metodológicos que debería tener en cuenta toda catequesis a la hora de trabajar con la Biblia: el principio de la historia de la salvación, por supuesto desde una centralidad cristológica, y la lectura tipológica, tan característica del uso de la Biblia en la liturgia. Lo primero es muy importante. Las antiguas historias sagradas parten de esta manera de leer la Biblia, aunque derivan hacia un historicismo que hace el relato quizás más entretenido, pero dejan a un lado la exactitud histórica y pierden con frecuencia fuerza cristocéntrica.
El método, por ejemplo, del catecismo Testigos del Señor se ajusta bastante a esta orientación. Más complicado es la aplicación del método tipológico, que yo reservaría para la liturgia. En la catequesis parece más adecuado ver cómo la historia, dirigida por la providencia divina, por el Espíritu Santo, se dirige hacia la plenitud de los tiempos en Jesucristo. Esta es también otra manera de mostrar cómo en toda la Escritura se encuentran pasajes y hechos que, en último término, se refieren a Jesucristo. Además de lo anterior, en la misma exhortación Verbum Domini, citando el Directorio General para la Catequesis, se nos recuerda que la catequesis «ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los mismos textos».
Se trata claramente de una invitación a usar en la catequesis el lenguaje bíblico, al mismo tiempo que a hacer referencia constante en las propuestas catequéticas a la Sagrada Escritura. Lo primero es algo que se logra con el uso de la Escritura. En los escritos de los grandes Padres de la Iglesia y de los escritores eclesiásticos uno se admira con frecuencia del lenguaje que usan, entreverado constantemente de referencias explícitas o implícitas a la Escritura, sin que necesariamente estén utilizando sus textos. Esto ocurre incluso en aquellos santos y autores espirituales, que no pudieron leer la Escritura directamente en su lengua, como es el caso de santa Teresa, pero que fueron capaces de absorberla a través de las predicaciones, las lecturas indirectas y sobre todo la meditación de la vida de Jesús. Por supuesto, no se trata de probarlo todo con textos bíblicos. Pero siempre encontraremos en la Escritura el pasaje que nos ayuda a exponer un tema, que sustentan su contenido o, simplemente, que la complementan.
Esto es lo que hace en muchos casos el Catecismo de la Iglesia Católica, cuyo lenguaje a veces es más académico que bíblico, pero que siempre busca la referencia bíblica directa o comentada por los grandes escritores y documentos de la Tradición cristiana. Desde el punto de vista pedagógico, sobre todo en determinados momentos y según la edad de los catecúmenos, el conocimiento de figuras bíblicas del AT y NT es una manera siempre útil, interesante y práctica de ayudar a la trasmisión de la fe. Figuras bíblicas, hechos significativo y expresiones propias del texto sagrado con instrumentos que deben usarse, según la prudencia del catequista, para acercar la Biblia al catequizando. Por supuesto, la figura central, que jamás puede faltar, es la de Jesucristo, centro de toda la Escritura y del catecismo entero.
Finalmente, no debemos olvidar que el modo de comunicar es en la catequesis muy importante. El catequista, y el mismo catecismo, tienen la tarea de comunicar de manera vital la historia de la salvación y los contenidos de la fe de la Iglesia. La catequesis no es una clase aséptica, fría y distante, como la que se puede dar en un aula académica. Los consejos que san Agustín da al diácono Deogracias en la obra que antes estudiamos acerca de cómo comunicar el contenido de la fe cristiana sigue teniendo vigencia hoy.
Estamos comunicando el conocimiento de quien ha vencido la muerte y vive en medio de nosotros, en quien creemos, quien sostiene nuestra esperanza y quien nos mueve a hacer del amor el criterio de nuestra vida. La catequesis comunica conocimientos, por supuesto, pero sobre todo afianza la fe del catequizando. Es importante explicarle quién es Jesús en la historia de los hombres, pero es decisivo ayudarle a encontrarse con él como con un contemporáneo en nuestra historia personal. A esto ayudará en determinados momentos transformar nuestra catequesis bíblica en lectura orante de la Biblia, enseñar a leer y orar con la Escritura, de modo que los relatos bíblicos pasen de nuestra memoria y nuestra cabeza al corazón mismo de nuestra vida.
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