LA SAGRADA ESCRITURA Y EL CATEQUISTA
¿Cómo tiene que utilizar el catequista la Escritura, para que sea un recurso eficaz?
En 2008 se realizó un sínodo de Obispos con el tema de “la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”, como resultado de ese sínodo el Papa Benedicto XVI escribió en el año 2010 una Exhortación apostólica postsinodal con el título de “Verbum Domini”.
En ella el Papa expresa la necesidad de que la Palabra de Dios sea fundamento de la vida espiritual, y manifiesta también el vivo deseo de que “florezca una nueva etapa de mayor amor a la Sagrada Escritura por parte de todos los miembros del pueblo de Dios, de manera que, mediante su lectura orante y fiel a lo largo del tiempo, se profundice la relación con la persona misma de Jesús” (VD 72).
Es decir, el Papa nos dice que la Sagrada Escritura tiene que ser fundamento de la vida espiritual del cristiano. Y eso significa que para que pueda ser utilizada con eficacia como recurso catequético, la Sagrada Escritura tiene que ser antes manantial, fuente, alimento de la vida espiritual del catequista.
¿Qué significa eso? ¿Cómo puede ser eso?
Para responder voy a utilizar la Escritura de manera que veamos como la Escritura responde a nuestras preguntas e inquietudes, como ella es la fuente en la que encontramos el fundamento de lo que tenemos que comunicar a los demás.
Los discípulos de Emaús (Lc. 24,13-35)
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. Él les dijo: « ¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: « ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: « ¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». Él les dijo: « ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: « ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
El catequista es como esos discípulos alguien que tiene la misión de comunicar un mensaje, un mensaje que no es suyo, un mensaje que está en la Escritura. Pero para transmitirlos tenemos que comprenderlo en profundidad.
Si nos fijamos en lo que dicen los discípulos ellos sabían muchas cosas sobre Jesús.
Cuando Jesús se acerca a ellos, como si fuera un forastero que va por su mismo camino, le dicen: “¿tú no sabes…?” Ellos saben lo que ha pasado: Jesús el Nazareno, profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y del pueblo, destinado a librar a Israel, muerto, sepultado y resucitado al tercer día. Todo eso lo saben, y todo eso que saben es parte del contenido del credo que nosotros rezamos… Lo saben pero no lo comprenden…
¿Por qué? Porque conocen la Palabra de la Escritura, está en sus cabezas, pero no reconocen que aquella Palabra se ha cumplido. Y aunque han oído que las mujeres llegaron diciendo que Jesús no estaba en el sepulcro, y que unos ángeles habían dicho que él vivía, han pasado tres días y nada… La duda, el escepticismo está sembrado en su interior, aunque teóricamente lo saben ya todo.
¿Qué acontece entonces? Que Jesús mismo se acerca a ellos y comienza a hablarles como un amigo. Primero se interesa por lo que están diciendo, por su preocupación, por su desánimo. Jesús se preocupa por su situación existencial… Y ellos se la cuentan. Jesús deja que ellos hablen y parte desde donde ellos están. Ellos le cuentan a Jesús todo lo que saben y todo lo que les preocupa, sin saber que es Él.
Después Jesús les hace un reproche que va directamente a su corazón, a su sensibilidad, a su afecto: “insensatos y tardos de corazón para creer”. Ellos, que están abiertos, acogen este reproche y lejos de cerrarse se abren a escuchar. Hasta ese momento se han dejado llevar sólo por su razón, por lo humanamente posible. Les ha faltado la fe y por eso no ven, no saben leer la historia como historia de salvación, no saben reconocer a Dios entre los hombres, no comprender el actuar de Dios.
Pero ahora parece que se le abren los oídos del corazón y los ojos de la fe. Los oídos de la fe son capaces de oír el leve susurro del Espíritu, que habla de parte de Dios. Los ojos de la fe ven al Dios que está y descubren a Dios actuando, allí donde los otros no ven más que acciones humanas.
Ahora ya están preparados, Jesús les puede hablar y ellos empiezan a entender: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” Jesús les dice lo que está escrito, pero se lo dice Él, Alguien que los ama y que los necesita, que quiere que entiendan que han sido escogidos como discípulos y mensajeros de su Buena Nueva.
Ese desconocido se torna entonces en amigo, en Alguien con el que desean estar y al que quieren continuar escuchando. Por eso cuando ese compañero se quiere ir, le invitan a sentarse con ellos en la intimidad. La Palabra en ese momento ya ha bajado de la cabeza al corazón, ha recorrido lo que algunos autores dicen que el camino más largo. La Palabra ha prendido en el núcleo vital de sus existencias y pone en marcha todo los mecanismos de su ser: se alegran, reconocen que es el Señor, le creen, se levantan y vuelven a Jerusalén y cuentan con alegría, convicción y pasión todo lo que el Señor les ha dicho.
La Palabra deja de ser verdad sabida, y pasa a ser fuente y fundamento de la vida espiritual. La Palabra ha llegado al corazón, ha transformado la vida, ha cambiado la dirección, y así puede ser anunciada y acogida por otros. Esto es posible porque la Escritura es sobre todo y ante todo Palabra de Alguien que se quiere comunicar con nosotros. Palabra de un Dios que habla, que dice y se dice a sí mismo.
El catequista como esos discípulos está llamado a hacer experiencia personal de una Palabra que tiene fuerza transformadora, está llamado al diálogo con Jesús en el camino de la vida, de los acontecimientos cotidianos.
Otro dato importante que yo retiraba de este pasaje es que, en la medida en que Jesús va explicando las Escrituras, los discípulos van asimilando y comprendiendo la doctrina desde la experiencia personal. Empiezan a comprenden la verdad sobre Jesús, que él es el liberador de los hombres, que libera de la mentira, la oscuridad, la muerte. Comprenden la realidad de la resurrección, porque han visto a Cristo resucitado caminando a su lado. Comprenden en el gesto de partir el pan, que allí está el mismo Señor: “le reconocieron al partir el pan”.
La Palabra orada es pues el mejor medio para asimilar la doctrina, para que la doctrina no sea una ideología, sino pan para la vida, alimento espiritual, fuerza para la transformación de la propia vida, y de la sociedad.
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