EL CATEQUISTA HOMBRE DE ESPERANZA
La esperanza es una de las tres virtudes teologales, que debemos tener presentes en nuestra vida para practicarlas. El catequista que vive de esperanza, está confiado en el amor de Dios que lo sostienen en cada momento de su vida y lo lleva a confiar en todo momento.
Si el catequista no vive en la esperanza. ¿Cómo podrá dar esperanza a los interlocutores?
Los seres humanos vivimos en la espera de que sucedan cosas buenas aunque sabemos que
ellas pueden cumplirse o no. Tenemos la esperanza de formar una linda familia, de encontrar
un buen trabajo, de que a nuestros hijos les vaya bien en la vida, de tener buena salud.
Tenemos la esperanza de ser acogidos, comprendidos y amados en los diversos momentos de
nuestra vida y de poder hacer el bien a los demás.
Generalmente, cuando hablamos de esperanza nos referimos a bonitos deseos que esperamos
que algún día se cumplan. Sin embargo, muchas veces, las dificultades de la vida ven
frustradas nuestras esperanzas. Un quiebre familiar, una enfermedad, un accidente, un
fracaso escolar o laboral, la pérdida de un ser querido o el hecho de que las cosas no sucedan
según nuestras expectativas, nos hacen caer en la tristeza, en la angustia y en la
desesperación.
“Catequistas alegres servidores de la esperanza”
La esperanza cristiana tiene un tono diferente, es la espera de algo que ya se ha cumplido, es
la espera que se funda en la certeza de que, con su muerte y resurrección, Cristo obtuvo para
nosotros la salvación. La esperanza no defrauda, dice San Pablo, porque no se funda en lo que
nosotros podamos hacer ni en lo que pueda suceder, sino en el amor de Dios que ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Cf. Rm 5, 5).
En tiempos confusos en donde pareciera que reina la violencia, la guerra, la indiferencia ante
el sufrimiento de los demás, las ideologías que pretenden destruir los valores cristianos, entre
otros, los catequistas estamos llamados a ser alegres servidores de la esperanza (Cf. Rm 12, 9-
13) promoviendo el encuentro personal y comunitario con Cristo que, por medio de su
Palabra, aviva y fortalece nuestra esperanza aún en medio de las dificultades (Cf. Rm 5, 1-5).
El catequista es una persona de esperanza; lo que implica, por un lado, el tener conciencia gozosa del valor e importancia de la hermosa misión que se le encomienda: de ser colaborador de la acción salvadora de Dios, mediación del encuentro de Jesucristo con el catequizando; conciencia que lo ha de llevar a asumir una actitud de siembra y de espera, de gozo y empeño, de perseverancia y confianza, pues es colaborador de un Dios que es el primer y más interesado en la salvación del hombre; y, por otro lado, el catequista testigo ha de ser portador de esperanza para que su mensaje sea cristiano realmente. Tal vez el mensaje más urgente, para el hombre de hoy, sea el de la esperanza, el de la plenitud del Reino, pues vivimos en un mundo de “horizontes cerrados”, pero no como algo inalcanzable, sino como respuesta y promesa posible de cumplirse
“La dureza del presente y la magnitud de los desafíos, lejos de desalentarnos, nos exigen vivir un proceso de conversión continuo y esperanzado. Desde el día de nuestro bautismo somos criaturas nuevas, corresponsables en el camino hacia un cielo nuevo y una tierra nueva”.
Una esperanza que se fundamenta en Cristo muerto y resucitado, vencedor del mal y de la muerte. Un mensaje positivo, no ingenuo; alegre sin infantilismos; convincente sin manipulación; pero sobre todo cristiano.
Dar razón de nuestra esperanza en medio de una generación que no sabe a dónde va, el catequista ha de tener un auténtico espíritu de esperanza que implica esfuerzo, activo y creativo; más que lamento es aliento, más que pesimismo es una confianza generosa que no se deja vencer; no espera pasivamente el cambio, se compromete con él. La esperanza cristiana es más poderosa que las repetidas desilusiones, porque recibe su fuerza de una fuente que nuestra despreocupación o dejadez no pueden agotar: Jesucristo resucitado. En medio de las dificultades, cuando la tormenta arrecia mar adentro, Jesús se hace presente para decirnos: “¡NO TENGAN MIEDO!”.
Muy excelente Gracias por compartir es de mucha ayuda a nuestra conversa a steel llamado de catequistas, Gracias
Gracias a ti Olguita.
Cuídate mucho y Dios te bendiga.
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