JESUCRISTO SALE AL ENCUENTRO DE LOS DISCÍPULOS
Archivo descargable
JESUCRISTO SALE AL ENCUENTRO DE LOS DISCÍPULOS
La tristeza y la desilusión hacía que aquellos discípulos huyeran de Jerusalén, hacia Emaús, probablemente su lugar de origen y su casa.
Estos discípulos entraron en situación de crisis. No entendieron la muerte de Jesús. No les cabía en mente que el Mesías prometido tuviera que sufrir muerte tan afrentosa. La muerte de Jesús mató también su esperanza y, cuando la esperanza se pierde, mueren todas las ilusiones. El camino de los discípulos es ahora de regreso: “se ha acabado el sueño que los hizo salir de sus casas, que los hizo vislumbrar un horizonte nuevo en donde se perfilaba algo que no comprendían con exactitud pero que se asomaba lleno de promesas: el Reino. Su caminar es el de los derrotados que retornan a los antiguos quehaceres, luego que ha concluido la fiesta gozosa de los convocados por Jesús a vivir con Él su aventura” (P. Raúl Moris). El entusiasmo, la fe de los discípulos se convirtió en un recuerdo triste y, tal vez, en un remordimiento por no haber seguido con valentía al Maestro hasta el lugar del sacrificio.
UNA SITUACIÓN DEL CORAZÓN.
Emaús no es sólo un lugar geográfico, sino también una situación del corazón: Cuando se acaba la fe y la esperanza sólo queda la amargura, la apatía y la desesperación. La gente lo expresa diciendo que se encuentran en un callejón sin salida, en un hoyo negro, en un pozo profundo. Y bien sabemos que cuando el corazón se llena de amargura, es necesario hablar, echar fuera los fantasmas de la tristeza, compartir con otros la propia pena. Cada persona habla de lo que habita en su corazón. Por eso los discípulos de Emaús “conversaban y discutían sobre todo lo que había ocurrido”.
LA PRESENCIA DE JESÚS.
Entonces “Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran”. Jesús no los dejó solos en su desesperanza y en su desilusión; se puso a caminar con ellos, a acompañarlos, sin que supieran que era él. La presencia de Jesús, a veces oculta, a veces callada, es reconfortante para quienes sufren momentos de soledad y de tristeza. Cristo no abandona a los que ha elegido para ser sus amigos. Las personas a veces nos quejamos de que estamos solos en la hondura de nuestros sufrimientos, pero Él está ahí. Se trata de un sentimiento profundamente humano que el mismo Cristo experimentó. ¿Dónde estaba el Padre Dios cuando Cristo en la cruz clamaba “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”? El Padre estaba ahí, con el Hijo, sufriendo con El.
LA ENSEÑANZA DE JESÚS.
Jesús, que se hace compañero de camino, se introduce delicadamente en el sufrimiento de los discípulos: Comienza por interesarse por ellos, los escucha, descubre la aflicción y la angustia que hay en su corazón para responder mejor a sus necesidades. Esta manera de actuar de Jesús encierra toda una pedagogía, de la que podemos distinguir varios pasos:
- Interesarse por la persona, acercarse a ella: Jesús se acerca a los discípulos de Emaús porque son sus amigos; le preocupa y le duele el sufrimiento por el que están pasando. Quiere remediarlo, desea ayudarlos a salir de su postración. Por eso se hace compañero de camino.
- Dar pie a que las personas expresen sus sentimientos: Lo primero que Jesús hace es dejar que los discípulos hablen, que echen fuera sus penas. Para ello les pregunta: “¿De qué van discutiendo por el camino?”. Una simple pregunta que va permitir la liberación de tanta amargura y tristeza contenidas en el alma.
- Establecer el diálogo: Jesús, que todo lo sabe, finge ignorancia. No se pone a dar cátedra sobre lo sucedido, sino que deja que los discípulos hablen de sus esperanzas y de sus desilusiones acerca de su Maestro. “¿Que pasó?” les pregunta. Y ellos hablan del malogrado Profeta, amado y seguido por el pueblo, perseguido y odiado por sus dirigentes, hasta condenarlo y clavarlo en una cruz. Desde el fondo de su desilusión, los discípulos declaran: “¡Nosotros pensábamos que El sería el que debía liberar a Israel!”.
- Mantener el sentido de la realidad. Jesús deja que los discípulos enfrenten la dura realidad que están viviendo. No pone ningún paliativo a sus penas. Ni consuela ni mitiga, sólo acompaña y escucha. El discípulo Cleofás es un hombre realista; dice: “¡Pero todo está hecho y ya van dos días que sucedieron estas cosas!”. Y porque es realista, toma en cuenta el decir de algunas mujeres que fueron al sepulcro y volvieron hablando de una aparición de Ángeles que decían que Jesús estaba vivo.
- Apertura a aquello que nos sobrepasa. Cuando los discípulos vacían su corazón de todas las penas, desilusiones, dudas e inquietudes que lo llenan, Jesús comienza a hablarles de “otra” realidad que va más allá de su comprensión. En son de reproche les dice: “¡Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Mesías padeciera para entrar en su gloria?”.
- Enseñanza a partir de la experiencia. Jesús comienza su enseñanza a partir de lo que los discípulos han vivido: Los momentos amargos de la Pasión, al parecer tan absurdos, tienen una explicación en el proyecto de Dios contenido en la Escritura. Jesús les descubre el nexo oculto entre profecía y realización, entre el Plan de Dios y las acciones de los hombres. Entonces “les interpretó lo que se decía de él en todas las escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas”. Esa misma enseñanza hace que la letra de la Escritura se convierta en vida y que ella misma “encienda el corazón” de los discípulos.
- Suscitar y mantener el deseo de aprender. Al llegar cerca del pueblo al que iban, Jesús hace como si quisiera seguir adelante. Ese “hizo como” es importante. Los discípulos experimentan el atractivo de la persona y de la doctrina del Acompañante que está con ellos. De ahí su insistencia: “Quédate con nosotros porque ya está cayendo la tarde y se termina el día”. Sienten disiparse su tristeza y aclararse sus dudas. Su deseo no es tanto conocer, comprender, aclarar, sino prolongar la presencia de aquella Persona que los entusiasma y los hace sentirse diferentes. Jesús “entró, pues, para quedarse con ellos”.
PRESENCIA Y CARIÑO.
La petición de los discípulos de Emaús encontró eco en el Peregrino que los acompañaba: “Entró, pues, para quedarse con ellos”. Invitar alguien a casa, dejar que entre en casa, es un signo de cariño y de amistad; sobre todo, si esa presencia se prolonga en una comida o en una cena. Compartir el alimento es mucho más que compartir comida: es compartir intimidad. El alimento sabe mejor cuando está sazonado con la presencia de personas que uno quiere. En ese caso, no es tan importante lo que se come sino con quien se come.
UN SIGNO FAMILIAR
“Y mientras estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Jesús había hecho el mismo gesto algunas otras veces.
Se pone con ellos a la mesa, toma pan, lo bendice, lo parte y lo da a los discípulos. “En ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció”. Lo que más tarde sería llamada “Fracción del Pan” o también “Eucaristía” se convirtió en signo de la presencia de Jesús.
EL SEÑOR ESTÁ VIVO Y SE HA MOSTRADO.
La manifestación de Cristo resucitado se convierte en una certeza para los discípulos de Emaús: ¡Jesús está vivo! Ya no tienen por qué dudar del testimonio de unas mujeres, porque ellos mismos lo han visto, han caminado y han cenado con El. Entonces cobra pleno sentido la presencia del Peregrino de Emaús que vino a rescatarlos de la tristeza, a renovar su fe, a acrecentar su amor y a abrirlos a la esperanza. Fue un grito de gozo, un reconocimiento de lo que había realmente acontecido.
En el suceso de Emaús se ven claras dos acciones:
- La Palabra, que enardece el corazón de los discípulos;
- Partir del Pan, que los lleva al reconocimiento de la presencia viva de Jesús. Palabra y Pan hacen presente a Jesús.
Por la Palabra, Jesús va disponiendo el corazón de los discípulos para comprender el proyecto de Dios sobre la Pasión y Muerte de Jesús. Por la fracción del Pan, el hombre que cree en Jesús, ve a Jesús resucitado.
DISCÍPULOS Y MISIONEROS
Fue tanto el gozo de los discípulos al ver al Señor, que inmediatamente emprenden el viaje de regreso para llevar a los Apóstoles y demás discípulos la Noticia de la que el Señor estaba vivo. Habían salido de la Jerusalén del sufrimiento, de la desesperanza, de la desilusión y ahora vuelven, a toda prisa, a la misma Ciudad, con un testimonio que no pueden callar: “Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino y como lo reconocieron en la fracción del pan”. De ahí en adelante, serán testigos de la Resurrección de Cristo.
APLICACIÓN A NUESTRA VIDA.
Necesidad de Acompañamiento. Jesús se aparece y se hace compañero de camino. Comparte la pena de los discípulos; no los deja solos. En la vida hay muchas personas que sufren desesperanza y desilusión; necesitan, necesitamos, a alguien con quien compartir lo que nos pasa. Esta situación comporta dos cosas:
- Dejarnos acompañar por alguien (“Vae soli”, dice la Escritura);
- tender la mano a la persona (familiar, amigo, vecino, o simplemente “prójimo”) que sufre, pues hay en torno nuestro muchas personas desilusionadas.
Tener una actitud de apertura y de acogida. Cuando Jesús se acerca a los discípulos de Emaús, éstos no cuestionan la autoridad, ni los títulos de saber del Acompañante; simplemente se muestran abiertos y receptivos. Uno de los problemas cuando se está en crisis es dejarse ayudar por alguien; por un sentimiento de temor, de autosuficiencia o de orgullo se puede rechazar la ayuda ofrecida; o bien, la persona puede encerrarse en sí misma para rumiar su propio sufrimiento. En un plano humano, se puede recurrir al amigo o al psicólogo; en una situación de fe, se puede acudir directamente a Cristo para pedirle ayuda, consuelo, fortaleza. Cuántas veces hemos escuchado: “Cristo es el amigo que no falla”.
Interés por el otro. En el camino de Emaús, Jesús se interesa vivamente por lo que les pasa a los discípulos, busca la manera de ayudarlos en su tristeza. Cuando una persona sufre, lo primero es interesarnos por ella. No hay que esperar que vengan a contarnos sus penas o sus cuitas. A veces, ellas mismas están paralizadas, sumidas en su propio dolor. Entonces hay que acercarse a ellas o, de plano, dar la oportunidad para que puedan venir a nosotros.
Facilitar la comunicación del problema. Jesús pregunta a aquellos discípulos: “¿De qué van discutiendo por el camino?”. La psicología moderna nos enseña dos cosas: 1) La necesidad de que las personas verbalicen sus problemas, de que se escuchen a sí mismas para que encuentren por sí mismas una solución”; muchas veces esas personas tienen consigo la solución de sus problemas pero no pueden verla con claridad;
2) La necesidad de saber escuchar: muchos sufren su propia incomunicación, pero cuando alguien los escucha, comienzan externar sus sentimientos, a sentir alivio y a sanar progresivamente. Esto es tanto más necesario en cuanto que, a veces, somos muy dados a dar consejos, a entrar en discusiones, a instruir y hasta regañar a los demás sin haber comprendido sus problemas ni entrado en su corazón. A la gente hay que comprenderla desde dentro, sentir con ella y como ella. Por lo demás sabemos que una pena compartida es una pena mitigada.
Capacidad de compartir. El diálogo se establece entre Jesús y los discípulos. Jesús los interroga y ellos responden; luego, ellos interrogan a Jesús… Hay situaciones en que es necesario aprender a buscar juntos. Esto significa aceptar las diferencias de opinión o de sentir; aceptarse a sí mismo y aceptar a los demás. Muchos planes fracasan y muchos problemas no se resuelven por cuestiones emotivas; cuando las personas se irritan, se impacientan o tratan de imponerse a los demás, matan la comunicación. Admiramos el tacto y la prudencia de Jesús en ese diálogo de Emaús.
Capacidad de ver y aceptar la vida tal como se presenta. Los discípulos de Emaús se habían encerrado en su dolor, no dando crédito a algunas mujeres que hablaban de un Cristo vivo. El escándalo de la cruz les impedía ver la vida. Hay también situaciones en las que el sufrimiento no permite ver más allá del propio dolor; hay también otras muchas que no entendemos, sobre todo si se trata del dolor humano, propio y ajeno. Se dan entonces diversas reacciones: hay quienes se rebelan, hay quienes maldicen, hay quienes se deprimen; pero, también hay quienes buscan en la fe en Dios el sentido de lo que parece ser un contrasentido humano.
Quizá sea necesario recordarnos que la vida del hombre es una mezcla de alegrías y de penas, de éxitos y de fracasos, de ilusiones y de desengaños, y que habrá que estar preparados para lo uno y para lo otro. Job decía que “la vida del hombre es una ejército sobre la tierra” (Job7, 1) y, como milicia, implica esfuerzo, entrenamiento y lucha. Una actitud cristiana es: en los momentos de prosperidad, bienestar y dicha, dar gracias; en los momentos de sufrimiento, enfermedad y desdicha, pedir a Cristo que nos acompañe en nuestro camino y nos dé la fuerza para seguir adelante, manteniendo firmes la confianza y la esperanza.
QUERIDOS EDUCADORES
El Señor Jesús camina con cada uno de ustedes en estos momentos de pandemia. No estás solo, estás más acompañado que nunca. Ten confianza en él, y veras maravillas en tu vida.
Deja un comentario