LA BIBLIA, LIBRO PARA EL CATEQUISTA
“Necesaria preparación bíblica del catequista”
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Comenzamos por aquello que un catequista debería conocer acerca de la Biblia. Y ha de ser lo primero y antes de cualquier otra cosa, la importancia que la Iglesia da a la Sagrada Escritura en el conjunto de la catequesis. Sobre ello tenemos no pocos documentos, varias veces elencados en algunos trabajos recientes, por lo que no es necesario repetir todo aquí. Nos baste recordar los dos documentos sobre la Biblia de mayor categoría. En primer lugar, por su importancia decisiva, hemos de tener siempre presentes las palabras del Concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum. Es la primera vez que un documento de tanta importancia habla de la imprescindible necesidad de conocer la Escritura por parte de todos en la Iglesia, así como de su necesaria presencia e influjo en la catequesis:
«El ministerio de la Palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad» (Dei Verbum = DV, n. 24).
«Por eso, todos los clérigos, especialmente los sacerdotes y todos aquellos que, como los diáconos y catequistas, se dedican de manera legítima al ministerio de la palabra, han de leer asiduamente y estudiar con atención la Escritura, para no volverse predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por dentro…» (DV, n. 25).
Las palabras son importantes, primero, porque sitúan la catequesis en el contexto del ministerio de la Palabra de Dios, naturalmente con su carácter específico propio. En segundo lugar, porque es la Escritura la que provee de alimento saludable cualquier ejercicio del ministerio de la Palabra, también la catequesis. Finalmente, porque, en consonancia con la importancia decisiva de la Escritura en la catequesis, se deriva en el catequista la necesidad de conocerla, leerla y estudiarla.
Sobre los dos primeros puntos, situar la catequesis en el ámbito del ministerio de la Palabra y, en consecuencia, integrarla en el ejercicio de la catequesis, hay ya buenos estudios, y a ello dedicaré además algunas breves reflexiones en mi segunda intervención. Aquí toma especial relieve el tercer punto, sobre el que podemos plantearnos un par de preguntas oportunas: qué significa para un catequista, como ministro de la Palabra de Dios, leer la Escritura asiduamente y, además, estudiarla con atención.
De un modo bastante completo ofrece ya una respuesta a las cuestiones indicadas la exhortación apostólica Verbum Domini (VD) de Benedicto XVI, año 2010, en el número 74, dedicado explícitamente a las relaciones entre la Sagrada Escritura y la catequesis2. En él se recuerda el puesto central de la Palabra de Dios en la catequesis, se propone como modelo el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 4, 13-35), y se recogen algunos elementos básicos, tomados del Directorio General para la Catequesis, recordando que la catequesis «ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los mismos textos».
De todo ello, me parece que puede componerse un programa básico, que nos ayude a descubrir cómo puede ser la Sagrada Escritura- junto con el catecismo- libro decisivo para el catequista. En efecto, lo primero necesario que se deduce de todo lo visto, y que además pertenece al sentido común, es la necesidad para el catequista de un conocimiento básico sobre la Biblia. Luego, debe saber también cómo lee precisamente el catequista la Sagrada Escritura. En tercer lugar, éste ha de tener un conocimiento básico de lo que es el AT y el NT. Finalmente, conviene que conozca cuál es la importancia y el significado de la Biblia en la vida de la Iglesia. Veamos brevemente los cuatro apartados.
Conocimientos básicos sobre la Biblia
El catequista debe saber, en primer lugar, que la Biblia es un libro, mejor, una colección de libros antiguos, nacidos unos en el ámbito del pueblo de Israel, aproximadamente entre el siglo IX y el siglo I a.C. (AT), y otros en el seno de la comunidad cristiana, entre los años 70 y 110 d.C. (NT). Porque se trata de obras nacidas en contextos culturales muy diferente al nuestro, no es fácil su comprensión adecuada y completa, sin un conocimiento previo, aunque sea elemental y sencillo, de ese contexto cultural. Un contexto del que siempre ha de ser consciente, y del que le informarán, en sus rasgos básicos, las introducciones y notas de su Biblia, que debe por tanto tener en cuenta. La Biblia cristiana, en sus dos partes, AT y NT, reflejan desde el punto de vista humano la cultura, las creencias y la identidad respectivamente del pueblo de Israel a lo largo de su historia, y de la comunidad cristianas durante sus años fundantes.
Pero, además, el catequista debe saber que la Biblia es para el cristiano Escritura Sagrada. Esto significa que, de alguna manera, misteriosa pero eficaz, Dios ha intervenido en la composición de las obras que componen su Biblia. Esta intervención se conoce en la Iglesia como inspiración bíblica, y consiste en que el Espíritu divino ha intervenido junto con cada autor humano a la hora de escribir definitivamente los libros que componen la Biblia, de tal manera que el resultado final es un escrito plenamente humano y plenamente divino. No es imprescindible entrar en este caso en las explicaciones más teológicas de esta realidad cristiana. Pero sí es bueno, siguiendo en esto al concilio Vaticano II (DV, n.13), establecer un paralelismo entre Jesucristo y la palabra bíblica escrita. Si en el caso del Señor puede hablarse de un abajamiento o condescendencia del mismo Dios, para hacérsenos tan cercano que comparte nuestra misma carne (encarnación), en el caso de la Sagrada Escritura la Palabra de Dios, es decir, su deseo de comunicarse con el hombre por medio del lenguaje, se ha abajado y se nos ha hecho tan cercana como es para nosotros la palabra humana escrita (inspiración bíblica). Precisamente por este hecho, podemos decir de los escritores bíblicos que son escritores inspirados por Dios, sin perder su libertad y su propio genio humano; y podemos llamar a nuestra Biblia libro inspirado, Sagrada Escritura, es decir, escrito plenamente humano y a la vez plenamente de Dios.
El catequista debe saber, en consecuencia, que esta realidad profunda de la Biblia la convierte en un libro santo, en cuanto que, junto a reflejar todas las debilidades de los hombres, hace posible nuestra cercanía con la misma Palabra de Dios, capaz de comunicarnos la santidad de Dios, si la acogemos con humildad y abiertos a su verdad. Debe saber también, que por ser escritura inspirada puede convertirse para nosotros en palabra viva y eficaz, capaz de transformar nuestra vida y de ponernos en contacto directamente con el Señor Jesús, haciéndonos contemporáneos suyos. Debe saber asimismo, que por ser palabra escrita inspirada, contiene la verdad necesaria para nuestra salvación, mientras que por ser escrito plenamente humano participa de todas las debilidades propias de lo humano, es decir, de las limitaciones que van unidas a las culturas en las que nació: conocimiento científico limitado; diversidad de estilos literarios, unos mejores otros menos perfectos; diversas apreciaciones morales, especialmente antes de Cristo, que no siempre coinciden con los valores evangélicos propuestos por Jesucristo. Un conocimiento básico de todo esto parece imprescindible, para ser capaz de explicar algunos textos bíblicos que chocan con nuestra mentalidad moderna o con nuestro ideal cristiano.
Finalmente, en este apartado, el catequista debe conocer que el conjunto de libros que componen la Biblia no se ha formado al azar. Los libros de la Biblia hebrea han sido reconocidos por el pueblo judío mediante la guía del Espíritu Santo, y con intervención de grupos responsables del pueblo como los profetas o los maestros de la ley, como libros santos que encierran la Palabra misma de Dios a lo largo de su historia. Pero, sobre todo para el cristiano, son los libros que ha aceptado el mismo Jesús de Nazaret y que nos ha trasmitido la generación apostólica, si bien en este caso en lengua hebrea y griega. Los escritos del NT han sido reconocidos por la comunidad cristiana bajo la guía del Espíritu Santo a lo largo de varios siglos, un reconocimiento que ha sido acogido con fe y veneración por las instancias autorizadas de la comunidad cristiana, por el magisterio de la Iglesia, que ha sancionado esta búsqueda en el concilio de Trento. No se trata de que la Iglesia haya establecido el canon o lista normativa de los libros sagrados por su cuenta, sino que ha ido descubriéndolos con la ayuda del Espíritu Santo como libros que en último término vienen de la Iglesia apostólica y que, por ello mismo, deben ser acogidos con veneración y respeto, para proponerlos de manera segura y sencilla a la comunidad cristiana mediante decisiones conciliares, como ocurrió en la sesión cuarta del concilio de Trento.
José Manuel Sánchez Caro · Biblia y catequesis. Reflexiones de un escriturista
Continuara.
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