LA BIBLIA, LIBRO PARA LA CATEQUESIS

LA BIBLIA, LIBRO PARA LA CATEQUESIS

INTRODUCCIÓN

La exposición anterior se ha centrado en lo que el catequista debe conocer sobre la Biblia, para que su misión y servicio sea de acuerdo con la orientación de la Iglesia. En esta segunda intervención quisiera centrarme en la relación existente entre Biblia y catequesis. De aquí el título, «La Biblia, libro para la catequesis». Por supuesto, la Biblia no es el catecismo, que junto con ella componen los dos libros específicos para la catequesis. Desgraciadamente, como veremos, no siempre catecismo y Biblia han caminado explícitamente unidos.

La historia de las relaciones entre Biblia y catecismo refleja la compleja y con frecuencia dolorosa historia de la lectura de la Biblia en lenguas vulgares, especialmente en la historia de la Iglesia española. Por eso me ha parecido oportuno añadir algunos testimonios históricos de esa necesaria relación, para que comprendamos mejor el punto al que hoy afortunada mente hemos llegado Una breve, pero necesaria incursión histórica No se trata en este punto de hacer una historia de la catequesis, de lo cual tenemos hoy afortunadamente espléndidos trabajos en nuestra lengua.

Aquí se trata solo de hacer un acercamiento a los momentos más significativos a lo largo de la historia, para ayudarnos a plantear bien la cuestión. La catequesis en el NT Podríamos comenzar por hablar de la catequesis en la primera Iglesia. Si entendemos por catequesis la enseñanza detallada y sistemática, que sigue a la respuesta positiva al anuncio kerigmático, podríamos decir que los orígenes de esa catequesis se encuentran en la enseñanza de Jesús a sus discípulos en determinados momentos, cuando los aparta del bullicio general y los instruye detenidamente sobre el reino de Dios. Mateo es quizá quien ha sistematizado estas enseñanzas de manera más clara, al recoger las enseñanzas de Jesús en cinco discursos bien elaborados, pensando sin duda en las necesidades de la comunidad a la que iba dirigida su El sermón de la montaña se abre con esta indicación, dirigida directamente a sus discípulos, aunque implícitamente habla también al gentío que le escucha: «Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo…» (Mt 5, 1-2). Jesús actúa aquí como un maestro de la época, por eso está en un lugar prominente, se sienta y enseña (dídasken, enseñaba).

Los capítulos de Mt 5-7 siguientes son una clara sistematización de la enseñanza de Jesús, a partir de diversas palabras y enseñanzas suyas pronunciadas en diferentes momentos y ocasiones, como puede descubrirse simplemente observando una sinopsis evangélica y viendo dónde los otros evangelios sinópticos sitúan las enseñanzas de Jesús que Mt. organiza en estos capítulos. Con pequeñas variantes, lo mismo puede observarse en los otros cuatro discursos de Jesús organizados por Mt 10, 13, 18, 23-25, quien nos hace ver claramente cómo Jesús enseñaba más despacio y con más detalle a sus discípulos, después de que hubiera anunciado el reino de Dios predicando a la gente en general. Así, por ejemplo, cuando acabada la predicación se retiran a casa y Jesús, a petición de sus discípulos, les explica con detalle el sentido de las parábolas pronunciadas (cf. Mt 13, 36-53).

Muy pronto la catequesis pasa a formar parte de las actividades específicas de la comunidad cristiana. Así, en la primera comunidad cristiana, si nos atenemos a cuanto nos dice Hch 2, 42, eran cuatro las actividades fundamentales en las que asiduamente y de modo perseverante debía participar el grupo de los creyentes: «en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones». Es interesante observar que el primero es la didakhé ton apostolon.  se trata en este caso del anuncio del evangelio, del kerygma, que es lo que había hecho Pedro tras el acontecimiento de Pentecostés (Hch 2,14-36), sino de una enseñanza (didakhé) más reposada y detenida, en la que había que perseverar. Nada tiene de extraño que por este tiempo se produzca lo que es prácticamente el primer catecismo de la historia de la Iglesia, que lleva justo este nombre, Didakhé, si bien se trata más de un pequeño conjunto de normas morales, litúrgicas y disciplinares para uso de una comunidad cristiana, que de un catecismo propiamente te dicho, tal como estamos acostumbrados a manejar.

 

Reflejo claro de la actividad catequética de la primera Iglesia, también en Hch, pueden considerarse las referencias a la enseñanza que Pablo organizaba para aquellos, que habían respondido positivamente a su predicación en las sinagogas visitadas. Así, se nos informa de que en Corinto reside en casa de Ticio Justo un pagano simpatizante del judaísmo. Allí, «se quedó…un año y medio, enseñando entre ellos la palabra de Dios» (Hch 18, 11). Se trata claramente de una enseñanza más detallada y sistemática que los discursos kerigmáticos pronunciados en la sinagoga. Algo parecido sucede en Éfeso, donde Pablo, después de ser expulsado de la sinagoga, «se llevó a los discípulos y discutía (dialegómenos) con ellos todos los días en la escuela de Tirano.

Esto duró dos años» (Hch 19, 9-10). El verbo significa propiamente en este contexto organizar debates, de manera que todos pudiesen participar, naturalmente bajo la autoridad del maestro, que en este caso es Pablo. Interesante matiz, que habla ya de una catequesis «dialogada». Por otra parte, mi afirmación de que se trataba de una enseñanza sistemática, y por tanto catequética, se refuerza si tenemos en cuenta el texto occidental (códice D), donde se precisa que Pablo enseñaba allí desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde (nota de la Biblia de Jerusalén, revisión 2009). El mismo Pablo alude en sus cartas al menos dos veces a esta enseñanza sistemática, la que él primero recibió y la que él mismo impartía, y que evoca de nuevo en sus escritos. En efecto, así puede apreciarse tanto cuando recuerda a los corintios su enseñanza sobre la eucaristía, como cuando precisa la doctrina sobre la resurrección de Jesucristo (1Cor 11, 2; 15, 3). En ambos casos usa la fórmula de la trasmisión de la tradición: «Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he trasmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado…»; «Porque yo os trasmití en primer lugar, lo que

también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados…». En ambos casos se afirma que Pablo ha recibido una tradición, incluso probablemente aprendiendo el texto de memoria, que aquí se repite; y que él, siguiendo el mismo procedimiento, lo había trasmitido fielmente a los corintios, con la misma fórmula que ahora escribe de nuevo, para que vuelvan a recordarla. Esta trasmisión de la tradición se hace en la catequesis y en la celebración litúrgica. Ambos son los lugares privilegiados para ello. Pablo nos informa implícitamente aquí, por tanto, que él asistió a la catequesis, donde aprendió estas fórmulas sobre la eucaristía y la resurrección; y que él, tras los discursos anunciando el  evangelio de Jesús (kerygma), daba catequesis, enseñando las fórmulas tradicionales a quienes se habían convertido a su vez en discípulos del Señor Jesús.

Basten estos apuntes, para recordar que la catequesis, concebida como enseñanza pausada, sistemática, de los contenidos de la fe, del estilo cristiano de vida, de la liturgia y la oración cristiana nacen con la misma Iglesia y tienen sus raíces en los apóstoles y, si nos atenemos a cuanto dicen los evangelios sinópticos, en el mismo modo y estilo de enseñar Jesús a sus discípulos.

La relación natural catequesis-Biblia en la Iglesia de los Padres. Dos ejemplos: san Cirilo de Jerusalén, san Agustín Damos ahora un salto cronológico. Nos situamos a finales del siglo IV, en un momento en que la Iglesia, para bien y para mal, se ha organizado utilizando en gran parte las mismas estructuras del imperio romano, que ha hecho del cristianismo, primero, una religión lícita, después, su religión oficial. Este siglo y el siguiente hay grandes catequistas en toda la Iglesia, entre otras cosas porque la catequesis a los adultos que se convertían a la fe cristiana estaba organizada mediante lo que hoy llamaríamos una serie de protocolos específicos, bien conocidos por la comunidad. No se trata aquí de repetir estas normas, con las variantes propias de cada lugar. El hecho es que una organización de este tipo daba lugar, como no podía ser de otra manera, a las imprescindibles enseñanzas, que ahora comienzan a llamarse en el mundo cristiano catequesis.

Para poner de relieve la relación entre catequesis y Biblia he elegido dos obras concretas bien conocidas. Las catequesis de san Cirilo de Jerusalén, que han llegado hasta nosotros, y el tratadito sobre la catequesis a principiantes, que escribió san Agustín a petición del diácono de Cartago Deogracias. Ambas pertenecen a la época más floreciente del catecumenado. Las catequesis de san Cirilo hay que situarlas en la segunda mitad del siglo IV; el tratadito de san Agustín se escribe hacia el año 400. No se trata aquí de analizar ambos textos, que por otra parte cuentan con buenos y abundantes estudios. Solo intentar descubrir lo que nos dicen sobre la relación Biblia-catequesis. Deteniéndonos primero en las catequesis de San Cirilo de Jerusalén, basta echar una ojeada al índice de las catequesis sobre el símbolo,  descubrir la riqueza bíblica que contienen.

Según mis cálculos, aparte los temas bíblicos que se tratan, que son muchísimos, desde un punto de vista puramente numérico, por cada página de la catequesis hay más de diez citas bíblicas, explícitas o implícitas. Es decir, la catequesis, que va explicando el símbolo de los apóstoles, desentraña su contenido en gran parte mediante textos, ejemplos, referencias a la Sagrada Escritura. Y es notable que, en la catequesis cuarta, dedicada a los diez dogmas básicos de la Iglesia, uno de ellos es precisamente la Sagrada Escritura, de la cual se enseña, que es divinamente inspirada desde el AT, que preanuncia a Cristo y nos conduce con pedagogía divina hasta Cristo mediante la Ley y los Profetas, hasta el Nuevo Testamento, que manifiesta a Cristo mismo (Cat 4, 33). Insistentemente pide a los catecúmenos que lean la divina Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, uno y otro procedentes del mismo y único Dios. De ambos hace una presentación completa, enumerando cada uno de los libros que contienen.

Por supuesto, cada una de las catequesis está precedida por la lectura de un pasaje bíblico. Y el símbolo de la fe que se explica en las catequesis se concibe, según la tradición, como una síntesis en pocas líneas de toda la fe, confirmada por la Sagrada Escritura: «Y porque no todos pueden leer la Escritura, ya que a unos les falta preparación, a otros la falta de tiempo disponible les impide llegar a conocerla, para que el alma no se pierda por falta de instrucción, abarcamos toda la doctrina de la fe en unas pocas líneas».

Y un poco más adelante, después de pedirles que aprendan de memoria el símbolo, con sus mismas palabras, prosigue:

«Durante el tiempo que haga falta recibe la demostración que la Divina Escritura da sobre cada una de las verdades contenidas. Porque el compendio de la fe no se realizó atendiendo al parecer de hombres, sino después de recoger de toda la Escritura las partes principales, que formarían una complete sobre la catequesis a principiantes, que escribió san Agustín a petición del diácono de Cartago Deogracias. Ambas pertenecen a la época más floreciente del catecumenado. Las catequesis de san Cirilo hay que situarlas en la segunda mitad del siglo IV; el tratadito de san Agustín se escribe hacia el año 400. No se trata aquí de analizar ambos textos, que por otra parte cuentan con buenos y abundantes estudios.

Solo intentar descubrir lo que nos dicen sobre la relación Biblia-catequesis. Deteniéndonos primero en las catequesis de San Cirilo de Jerusalén, basta echar una ojeada al índice de las catequesis sobre el símbolo, para descubrir la riqueza bíblica que contienen6. Según mis cálculos, aparte los temas bíblicos que se tratan, que son muchísimos, desde un punto de vista puramente numérico, por cada página de la catequesis hay más de diez citas bíblicas, explícitas o implícitas.

Es decir, la catequesis, que va explicando el símbolo de los apóstoles, desentraña su contenido en gran parte mediante textos, ejemplos, referencias a la Sagrada Escritura. Y es notable que, en la catequesis cuarta, dedicada a los diez dogmas básicos de la Iglesia, uno de ellos es precisamente la Sagrada Escritura, de la cual se enseña, que es divinamente inspirada desde el AT, que preanuncia a Cristo y nos conduce con pedagogía divina hasta Cristo mediante la Ley y los Profetas, hasta el Nuevo Testamento, que manifiesta a Cristo mismo (Cat 4, 33). Insistentemente pide a los catecúmenos que lean la divina Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, uno y otro procedentes del mismo y único Dios.

De ambos hace una presentación completa, enumerando cada uno de los libros que contienen. Por supuesto, cada una de las catequesis está precedida por la lectura de un pasaje bíblico. Y el símbolo de la fe que se explica en las catequesis se concibe, según la tradición, como una síntesis en pocas líneas de toda la fe, confirmada por la Sagrada Escritura: «Y porque no todos pueden leer la Escritura, ya que a unos les falta preparación, a otros la falta de tiempo disponible les impide llegar a conocerla, para que el alma no se pierda por falta de instrucción, abarcamos toda la doctrina de la fe en unas pocas líneas».

Y un poco más adelante, después de pedirles que aprendan de memoria el símbolo, con sus mismas palabras, prosigue: «Durante el tiempo que haga falta recibe la demostración que la Divina Escritura da sobre cada una de las verdades contenidas. Porque el compendio de la fe no se realizó atendiendo al parecer de hombres, sino después de recoger de toda la Escritura las partes principales, que formarían una completa enseñanza de la fe y del mismo modo que el grano de mostaza contiene  muchos ramos en una simiente pequeña, así también esta fe encierra en su seno con pocas palabras todo el conocimiento de la religión contenida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento» (Cat 5, 12)7. Finalmente, por no seguir releyendo estas catequesis admirables, recojamos una expresión de san Cirilo en la catequesis dedicada al Espíritu Santo.

Después de pedir la ayuda de la gracia para hablar rectamente y para que rectamente comprendan quienes le escuchan, dice: «Por tanto, no salga de nuestra boca más de lo que dice la Escritura acerca del Espíritu Santo; y si algo no aparece en la Escritura, no andemos curioseando. El Espíritu Santo en persona dictó las Escrituras; y Él dijo de sí mismo lo que quería que se dijera, o lo que correspondía a nuestra capacidad de comprensión» (Cat 16, 2).

Aparece la convicción del catequista, de que en último término lo que hay que decir es lo que dice la Escritura, eso es lo que hay que explicar y lo que constituye la sustancia y el meollo de toda catequesis. Lo cual no era en este momento ninguna afirmación extraña. En estos siglos del esplendor de la patrística, no debemos olvidar que la teología se hace comentando de un modo u otro la Sagrada Escritura, hasta el punto de que se llama teólogo a quien explica en la Iglesia las divinas Letras.

El caso de san Agustín es un poco diferente. El librito De catechizandis rudibus, «La catequesis de los principiantes», como traduce el editor agustino en la colección de las obras agustinianas en la BAC8. Se trata de un breve escrito sobre la catequesis a aquellos que se acercan por primera vez a la Iglesia con el deseo de conocer su doctrina y, quizás, apuntarse después al catecumenado correspondiente. Responde al deseo del diácono de la Iglesia de Cartago, Deogracias, de tener unas orientaciones prácticas para sus catequesis. San Agustín, después de dar unos consejos sobre cómo ser catequista, recordando especialmente que hay que ejercer de tal con gozo y alegría, como quien reparte algo muy precioso a otros, inicia así su exposición sobre el método y el arte de la catequesis: Es un comienzo en cierto modo sorprendente.

La catequesis por tanto consiste en la explicación de la Escritura, e incluso en el relato de la historia de la Iglesia. Si lo primero era bastante habitual en obras del tiempo, como las Constitutiones Apostolorum o la Demonstratio praedicasionis apostólica de San Ireneo, la inclusión de la historia de la Iglesia como continuación de la historia de salvación es algo nuevo, sugerido por san Agustín. Muchos siglos después, en 1682, la misma iniciativa es recogida en su Cathécisme historique por el eclesiástico e historiador de la Iglesia Claude Fleury, y tendrá una grande influencia en todos nuestros catecismos españoles del siglo XVIII y XIX. Por supuesto, san Agustín no quiere que se lea y explique en la catequesis, y menos en una dirigida a principiantes, toda la Escritura. «Hay que compendiar de forma resumida y general todas las cosas», matiza el santo obispo (De cat. III, 5). Y, tras explicar las distintas motivaciones por las que un pagano puede pedir instrucción en la Iglesia, a aquellos que lo solicitan por inspiración divina, se les ofrece la primera instrucción, de modo que «su atención debe pasar del mundo de los milagros y fantasías a ese otro más sólido de las Escrituras y de las profecías más ciertas, a fin de que se dé cuenta de la gran misericordia que Dios ha empleado con él al enviarle aquella advertencia antes de acercarse a las Santas Escrituras» (De cat. VI, 10).

Este es el momento en el que empieza a instruírsele mediante la narratio, esto es, el relato de lo que Dios ha hecho, desde la creación hasta la historia de la Iglesia actual. Solo después, terminada la narratio, se accede a la exposición de la fe y la moral (De cat VII, 11).

San Agustín, después de una exposición acerca de las actitudes del catequizando y de la disposición del catequista, comienza a exponer la historia de la salvación desde el relato de la salvación, que se distribuye en cincoedades del mundo, y una sexta que comienza con la encarnación del Hijo de Dios, la cual concluirá con la séptima y definitiva edad, cuando el Señor resucitado vuelva al final de los tiempos. Es durante la sexta edad, donde san Agustín sitúa la historia de Jesús y la vida de la Iglesia, que dará término con la resurrección de la carne. Tanto en la exposición amplia de este programa (c. XVIII-XXV), como en el resumen breve que ofrece (c. XXVI-XXVII), el contenido básico es la historia de la salvación tal como es contenida en la Escritura y recibida en la Iglesia, comunicada no al estilo del profesor de exégesis, sino del catequista, que muestra la enseñanza de la Escritura desde los ojos de Cristo y en plena y cordial comunión con la Iglesia.

Actualidad Catequética · Nº 258

 

 

2 respuestas a “LA BIBLIA, LIBRO PARA LA CATEQUESIS”

  1. Gerardo Felipe Quintero Bucheli dice:

    Excelente Tema de la biblia y el catecismo

    • Maria Ramirez Melendrez dice:

      Hola Felipe. Da gusto que catequistas como tú valoran los conocimientos porque tienes conocimiento. Quien no conoce y no esta acostumbrado a leer. No le significa nada.
      Cuídate y Dios te bendiga.

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