LLAMADOS PERSONALMENTE A ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS:
Hay una manera equivocada de entender la vocación que consiste en identificarla con elementos y aspectos extraordinarios, excluyendo todo lo que puede ser ocasional y cotidiano. La vocación, que está en el comienzo del ministerio catequético, es algo que pertenece al género de lo extraordinario por ser «don y gracia del Espíritu Santo», sin que esto implique manifestación exterior excepcional alguna. La vocación es siempre un gesto de predilección. Efectivamente, lo extraordinario hay que descubrirlo en la intimidad de las relaciones que el Señor establece contigo.
Por desgracia, «nuestra mayor limitación es la de no acertar a ver las cosas extraordinarias por la sencilla razón de que se nos presentan de un modo familiar» (Teilhard-de-Chardin). Es necesaria la mirada de la fe que nos permite descubrir a Dios actuando en medio de nosotros. Por lo demás, el modo como Jesucristo mismo llama a los apóstoles y a los discípulos no tiene nada de excepcional. Invita a Juan y a Andrés a seguirle mientras éstos van de camino: «Venid y veréis» (Jn.1, 39); llama a Mateo mientras éste se encuentra en su mesa de trabajo: «Sígueme» (Mc.2, 14); a Pedro mientras se afana en arreglar las redes de pesca: «No temas: de ahora en adelante serás pescador de hombres» (Lc.5, 11). Las situaciones cotidianas se convierten en el lugar en que resuena la palabra del Señor y donde los discípulos acogen su propuesta. Algo semejante, aunque en un tono diverso, ha ocurrido también en tu propia vida, constituyendo el comienzo de la historia de tu vocación catequista. El redescubrirlo en la fe te ayuda a sentirte de continuo llamad@, un escogid, y te responsabiliza cada vez más. Consagrad@ por Cristo. La vocación del catequista nace y se precisa dentro de la llamada sacramental, en la que encuentra su fundamento el ejercicio del ministerio de la Palabra. Aquí es donde el Señor invita, cita, otorga sus dones y envía en misión.
«LA VOCACIÓN PROFÉTICA de cada uno de los miembros del pueblo de Dios tiene su origen en la consagración bautismal a Cristo; se desarrolla y se especifica, a través de los otros sacramentos, en ministerios diversos…». Por tanto, «todo cristiano es responsable de la Palabra de Dios según su vocación y sus circunstancias vitales… Es una responsabilidad enraizada en la vocación cristiana. Brota del bautismo; es solemnemente robustecida en la confirmación; se califica de maneras singulares con el matrimonio y con la ordenación sagrada; se sostiene con la Eucaristía».
La responsabilidad de la Palabra en el pueblo de Dios, es, pues, conferida a cada uno por el Espíritu según la propia vocación. En esta perspectiva tu llamamiento no tiene, pues, que ser entendido como un encargo ocasional, sino que proviene ante todo de la situación inherente a tu estado de vida en la comunidad cristiana como bautizad@, confirmado, casado, soltero… Es, por consiguiente, una consagración de toda la persona, a la que Dios mismo provee con la gracia sacramental haciendo madurar en el cristiano «al catequista». Estás efectivamente comprometido a hacer patente la proclamación de la fe en correlación con tu experiencia de vida, a fin de que la salvación se haga realidad y sea proclamada también a los demás. El llamamiento al ministerio catequético no es una «súper-vocación», añadida desde fuera, sino un modo concreto y específico de responder en la comunidad a la invitación del Señor.
«El catequista es consagrado y enviado por Cristo y puede tener su confianza puesta en esta gracia: más aún, debe solicitar la abundancia de la misma, a fin de hacerse en el Espíritu instrumento adecuado de la generosidad del Padre. La consagración al ministerio catequético es para ti una garantía de auxilios y de gracia que debes invocar con fe y con fervor en la oración incesante al Espíritu Santo (EN 75).
El catequista, para poder desempeñar el servicio de la Palabra, tiene necesidad de la fe de la comunidad, que reconoce en él los dones del Espíritu. Es efectivamente la Iglesia la que descubre su propio misterio en las palabras y en la vida de uno de sus miembros, le aprueba y le otorga el consentimiento para el ejercicio del ministerio catequístico. Tu servicio catequético es una expresión de la fe de tu comunidad en el Espíritu, que no la abandona nunca, sino que continuamente la renueva con sus dones. Te conviertes por tanto, ante tus muchachos, en un signo de la confianza de la Iglesia.
UNA VOCACIÓN QUE ES GRACIA Y DON DEL ESPÍRITU SANTO.
Puede suceder que el catequista, en el ejercicio de su ministerio, sobre todo frente a las dificultades, experimente incomodidad y turbación y conozca el peso y la fatiga del compromiso que ha aceptado. Incide fácilmente entonces en el riesgo de vivir su vocación tan sólo con un profundo sentido del deber y de la responsabilidad asumida ante la Iglesia, el grupo de los muchachos y sus familias, hasta el punto de perder de vista una dimensión importante de su servicio, es decir, el sentido de la gratuidad y de la predilección. Ser catequista es una gracia y un don, ya que tu opción no está vinculada a mérito particular alguno, sino únicamente al misterio de la llamada del Espíritu.
La vocación a ser catequista es, por encima de todo, un don que te sorprende, te maravilla y te invita a orar como la Virgen ante el anuncio del ángel: «Engrandece mi alma al Señor y se alegra mi espirita en Dios, mi salvador; porque ha puesto los ojos en la humildad de su sierva» (Lc.1, 47). El servicio a la Palabra, por su propia naturaleza, es siempre superior a las fuerzas humanas, razón por la cual es desempeñado siempre en la gracia del Señor.
La comunidad cristiana tiene necesidad de que tú ejercites el ministerio catequético que te ha sido conferido como un don por el Espíritu. Los seglares tienen que adquirir esta conciencia, que no proviene del hecho de constatar la necesidad de prolongar los brazos del sacerdote, el cual no puede llegar a todos los ambientes ni atender a todas las tareas. Proviene de algo más profundo y más esencial: Proviene del hecho mismo de ser cristiano» (Pablo VI).
La «gracia de la Palabra»: El servicio a la Palabra que el catequista desempeña es un modo de expresar la propia pertenencia activa y responsable a la comunidad cristiana. En esta proclama él haber recibido la gracia de la Palabra como un don que compartir con todos para poder reconocer y alabar al Señor, que lleva a cabo tales cosas en medio de su pueblo. El desempeñar la tarea de la catequesis nace sobre todo de la necesidad de manifestar a los demás el don recibido y no de motivaciones humanas. A diferencia de lo que ocurre en las relaciones entre las personas, en las que es posible la reciprocidad del favor, cuando se trata de Dios no existe reciprocidad alguna.
GRACIA-DON: Aquí todo es don, solamente don y siempre don, aún después de haber desempeñado un ministerio. Pero, sobre todo, el servicio de la Palabra es «gracia», ya que expresa el máximo de confianza que el Señor te otorga cada vez que te encuentras con tu grupo en la tarea catequética. Por eso mismo estás en deuda para con quien te ha enviado a anunciar su mensaje a los muchachos. Al igual que el apóstol Pablo, también tu vives esta experiencia saboreando en el espíritu un profundo sentimiento de gratitud: «Doy gracias al que me dio fuerzas, a Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio» (1 Tim 1, 12). Adviertes en ti mismo el ansia de ser hallado digno de esta vocación (Ef 4, 1)
Tomado de: María Teresa Penagos
DIOS LOS BENDIGA
Igualmente a ti Beti.
Dios bendiga tu Ministerio y tu persona.
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