¡Mi casa era un infierno! “Ahora, es un paraíso!”
Hay una historia de un hombre que, un día, fue hasta su rabino y le dijo: “¡Rabino, tiene que ayudarme! ¡Mi casa es un infierno! Vivimos en una pequeña casita yo, mi mujer, mis hijos y mis cuñados. ¡Es un infierno! No hay espacio para todos.”
El rabino sonrió y dijo: “Está bien, le ayudaré, pero tiene que prometerme hacer lo que yo le diga.
Y el hombre: “¡Prometo! ¡Prometo de verdad! ¡Es una promesa solemne!”
Y entonces el rabino: “¿Cuánto animales tienes?” El hombre dijo: “Una vaca, una cabra y seis gallinas.”
El rabino dijo: “Pon todos estos animales dentro de tu casa y después de una semana vuelve a visitarme”.
El hombre no podía creer lo que oía, pero había prometido. Entonces, volvió a su casa, deprimido y enojado también pero tuvo que hacer lo que había prometido, y llevó los animales dentro de su casa. A la semana siguiente volvió desconsolado y dijo al rabino: “¡Estoy enloquecido! Voy a acabar con un infarto. Usted debe hacer algo…”
Y entonces el rabino le dijo:” Ahora saca tus animales de la casa y verás.” El hombre fue corriendo hasta su casa. Y cuando volvió, al día siguiente, sus ojos brillaban y dijo: “Rabino, la casa es una maravilla, ¡tan limpia! ¡tan tranquila, es un paraíso!”
El cuento nos dice que si nos comparamos con los que están peor, ya nos sentimos, en cierto sentido, aliviados. En Italia corre este dicho popular: ” Mal común media alegría”. Aquí en cambio se dice: “Mal de muchos consuelo de tontos”. No sé cuál preferir de los dos refranes.
Yo recuerdo que cuando estuve enyesado desde el tobillo hasta el muslo con la pierna doblada, sufría tanto en la rodilla porque no podía estirarla. Y yo envidiaba a los que me visitaban y le decía: “¡Felices de ustedes porque pueden doblar sus rodillas! Ellos naturalmente no se sentían felices por eso; pero a mí que sufría tanto me parecía que eran felices porque no sufrían como yo.
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