CUENTO PARA PENSAR: EN AQUELLOS DÍAS YO TE LLEVABA EN MIS BRAZOS

“En aquellos días yo te llevaba en mis brazos”

 

Tuve un sueño. Me parecía caminar sobre la arena de una playa al lado del Señor Jesús. Nuestros pasos dejaban en la arena una doble serie de huellas: las mías y las de Jesús. Pensé que cada uno de mis pasos representaba un día de mi vida. Entonces, siempre en sueño, me di vuelta para volver a ver todas aquellas huellas en la arena, y me fijé que a veces en lugar de dos series de huellas, aparecía solamente una. Rehice todo el camino de mi vida y con asombro me di cuenta que los trechos de mi existencia, en que aparecía una sola serie de huellas, correspondían a los días más tristes de mi existencia. Días de angustia y de tristeza, de rabia y mal humor, días de pruebas y de sufrimientos.

Entonces le dije a mi Señor Jesús: “Tú nos has prometido quedarte con nosotros todos los días de nuestra vida. ¿Por qué no cumpliste con tu promesa y me dejaste solo precisamente en los días más difíciles de mi vida, cuando más yo necesitaba tu presencia?

Y el Señor me contestó sonriendo. “Hijo mío, yo no he dejado de amarte ni un solo instante de tu vida. Las huellas que tu ves en los días más difíciles de tu vida y que aparecen solas, son las mías. En aquellos días yo te llevaba en mis brazos.

Para comprender mejor la relación entre la providencia de Dios y nuestra libertad, puede ser útil pensar que comúnmente, somos como un niño pequeño que Dios toma de la mano y lo sostiene cuando amenaza de caer. Si un niño de pocos años se encuentra en medio del tráfico tumultuoso de una ciudad, tiene miedo y se desespera. Pero si camina a lado de su padre o su madre que lo tiene bien estrecho en su grande mano, ya no llora ni se desespera; se siente seguro y camina sorteando piedras y charcos.

Pero a veces Dios nos levanta y toma en sus brazos llevándonos a salvación. Lo único que Dios nos pide es que tengamos confianza en él y no nos dejemos arrastrar por el miedo y la angustia como si estuviéramos solos sin su paterna presencia. Dios Padre nunca duerme, siempre vigila para nuestro bien aunque normalmente nos deja aparentemente solos para que podamos desarrollar todas nuestras capacidades.

Pedro Chinaglia (SDB)

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