EL CATEQUISTA: EN SU SER PERSONA

EL SER DEL CATEQUISTAS

 

LAS ACTITUDES INTERIORES DEL CATEQUISTA

En la Biblia desde las páginas del Génesis, al referirse a personajes específicos, la mayoría de las veces, se hace alusión a características físicas, intelectuales, emocionales, cualidades, aptitudes, actitudes, expresión de sentimientos, etc. que dicen de la identidad y experiencia del ser humano en relación con el ser trascendente y espiritual que lo habita; por ejemplo: En la narración de la creación de la pareja humana encontramos: La identidad sexual “varón y mujer los creó” Gn.1, 27; soledad “pero no encontró una ayuda adecuada para sí” Gn.2, 20; deseo, miedo, vergüenza y justificación o no aceptación de responsabilidad Gn.3, 6-13; Irascibilidad y sentimientos de culpa Gn.4; rasgos físicos que inciden en la manera de comportarse y asumir las tareas el ser humano Éx.4, 10-15… En ocasiones confundimos el SER con el APARECER 1 Sam 16, 5-7 “No te fijes en su aspecto, ni en su gran estatura, que yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la del hombre…” o como escribe Saint Exupery, en su libro El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

LA DIMENSIÓN BIOLÓGICA Y CORPORAL:

La totalidad del hombre contiene distintos factores entre los cuales destacan los de orden biológico o somático que, junto a otras dimensiones, le configuran. García Hoz decía a este respecto que, aunque la Biología no puede explicar todo el hombre, sin ella éste no puede ser comprendido. Una de las manifestaciones del estar-en-el-mundo del ser humano es su corporeidad, entendida bien como el cuerpo-para-mi, bien como el cuerpo-para-otro, es decir, utilizado y conocido por el prójimo (Sartre). En definitiva, el mundo no puede ser comprendido sin mi cuerpo. Sea en uno u otro sentido, o en ambos a la vez, la corporeidad, la dimensión biológica es fundamental para entender el proceso formativo.

Hay aspectos biológicos que son heredados y que se revelarán con mayor o menor intensidad, según las condiciones de interacción del hombre con el ambiente: el medio influye en el hombre.

La corporeidad no puede aislarse del resto del individuo, sino que forma parte de esa totalidad integral, de esa visión omnicomprensiva; por eso -al margen de las fallas de su argumento-, decía Descartes que no estoy metido en mi cuerpo, como un piloto en su navío, sino tan estrechamente unido y confundido y mezclado con él, que formo como un solo todo con mi cuerpo. El planteamiento del problema del cuerpo -concluye Merleau-Ponty- lleva siempre una obligada descripción del mundo percibido, una contemplación del cuerpo como animal de movimiento y percepción y una consideración de la trascendencia. La concepción, pues, de totalidad orgánica, de unidad significativa, destierra el sentido de mero producto de la naturaleza, de envoltorio, para convertir el cuerpo en algo que no está junto a mí, sino que está conmigo: yo soy mi cuerpo, dirá, finalmente, Merleau-Ponty.

La dimensión corporal es la posibilidad que tiene la persona para interactuar consigo mismo y con el mundo desde su propia sensibilidad permitiéndole apreciar la belleza y expresarla de diferentes maneras.

EL SER EMOCIONAL DE LA  PERSONA

l ser humano ha sido conocido (como último estadio de la escala zoológica) con el nombre de homo sapiens para destacar su racionalidad. Sin embargo, cuando los sentimientos o las emociones surgen de su aparente letargo, invaden el campo de la razón y no solamente la perturban, sino que, en algún modo, pueden llegar a sofocarla. Razón y emoción son, sin duda, los dos componentes más importantes de la conducta humana. Es más, el que pudiéramos denominar cerebro emocional precedió en el tiempo, genéticamente, al cerebro pensante o neo córtex con el cual tiene establecida una especial relación, aunque también (Goleman), anatómicamente, el sistema emocional puede actuar con independencia de la neo corteza.

Se entiende por emoción como cualquier agitación y trastorno de la mente, el sentimiento, la pasión; cualquier estado mental vehemente o excitado. O, como dirá Pinillos, se trata de una agitación del ánimo acompañada de fuerte conmoción somática o un estado de alteración afectiva que se manifiesta somáticamente por cambios glandulares y de la musculatura lisa, por alteraciones conductuales y, naturalmente, por cambios neurofisiológicos y endocrinos considerables. Quizá en estos intentos de definición se insiste más en los efectos que en su esencia.

TEORÍAS DE LA EMOCIÓN:

El estudio de la emoción ha sido una constante en la historia por parte de psicólogos, fisiólogos y filósofos. Darwin, Wundt, James, Lange, Watson, Cannon, Freud son algunas de las figuras relevantes en este campo. Para este último autor el estudio de las emociones es realmente importante hasta el extremo de decir que en tanto nos limitemos a ocuparnos de la memoria y las ideas, permaneceremos en la superficie de las cosas. Lo único que realmente vale en la vida psíquica son las emociones, y toda la importancia de las fuerzas psíquicas reside en su capacidad para suscitarlas.

Cannon sostuvo que la emoción es, en realidad, una respuesta de supervivencia del individuo, que constituye una preparación para enfrentarse a situaciones críticas. Entre otras nuevas aportaciones figura el relevante papel otorgado a la memoria; la consideración de la emoción como una perturbación de la conducta motivada normal; la emoción como un proceso que desvía temporalmente al organismo de su movimiento conductual regular; etc. Con independencia de las distintas tesis que se han planteado sobre la emoción, parece haber unanimidad, sin embargo, a la hora de valorar la influencia que las mismas ejercen sobre el comportamiento humano.

Cuestiones tales como el autodominio, la capacidad de motivación, el celo, etc., no pertenecen estrictamente al mundo racional (aunque no lo excluyen, naturalmente), sino más bien al emocional, ya que en torno a éste giran los sentimientos, el carácter e, incluso, lo que pudiéramos llamar instintos morales. Existen cada vez más pruebas de que las posturas éticas fundamentales en la vida surgen de capacidades emocionales subyacentes (Goleman). No cabe la menor duda de que, por ejemplo, quienes carecen de autodominio padecen una deficiencia moral, ya que la capacidad de controlar los impulsos constituye la base de la voluntad y el carácter. Dominar, pues, el mundo emocional, crear habilidades para ello es tarea de la formación que pretende preparar al hombre para la vida, en su sentido más amplio.

LA EDUCACIÓN EMOCIONAL

La Ciencia del Yo que trata de identificar los sentimientos, propiciar el desarrollo social, aprendizaje social y emocional, cooperación, destrezas para la vida, etc. es lo que, genéricamente, se denomina alfabetización emocional en la que en lugar de usar el afecto para educar, se educa el afecto mismo (Goleman).

Principales componentes de educar las emociones:

  • Conciencia de uno mismo (reconocimiento y denominación de sentimientos, relaciones, etc.)
  • Decisiones personales (examen de acciones y conocimiento de sus consecuencias)
  • Manejo de sentimientos (control de los sentimientos, comprensión)
  • Empatía (comprensión de los sentimientos de los demás)
  • Revelación de la propia persona (valoración de la apertura y creación de confianza)
  • Resolución de conflictos (negociación de compromisos)

Educar las emociones propende a un mayor grado de responsabilidad, mejora de los conflictos, tolerancia, creación de mejores climas de convivencia, disposición y compromiso social, mejor cooperación, mayor empatía, mayor sensibilidad a los sentimientos ajenos, aumento de la autoestima, mejor autodominio, etc.

EL SER RELACIONAL Y COMUNICADO:

Hay una necesidad de transmisión, de influencia y de valoración que obliga al hombre a comunicarse a través del lenguaje articulado o bien, como debió suceder en sus orígenes, por medio de la danza, de la música, del pictograma, del ideograma o de cualquier gesto o movimiento corporal. No es posible no comunicarnos, puesto que la comunicación es equivalente a conducta y no es posible dejar de comportarse en uno u otro sentido. El hombre se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra forma con los demás hombres, con el mundo exterior (Fromm), a través del lenguaje, primordialmente.

Todo proceso comunicativo evidencia la condición humana: quién comunica, a quién se dirige, lo que se dice y el efecto que se pretende producir, entraña siempre esa referencia al hombre. Comunicación que puede darse bien de manera interpersonal (emisor-receptor o varios emisores y receptores) en el que cada persona está situada dentro del campo perceptual de la otra, bien intrapersonal en el que el emisor y el receptor coinciden en el mismo sujeto, esto es, lo que en una óptica psicologista se denomina concepto propio o auto imagen.

¿Qué podríamos conocer de una persona, de su mundo interior, si ella no lo comunicara mediante el lenguaje? Por ende, las personas a través del lenguaje pueden comunicarse mutuamente sus vidas, penetrar en el otro y perforar su intimidad. El lenguaje se convierte así en la más fundamental de las instituciones sociales, como el recurso de creación de relaciones. Relaciones que, por otra parte, son capaces de establecer, mediante el lenguaje, unas diferencias de jerarquía dentro de la comunidad. Así, no se habla igual con el aprendiz que con el director de una empresa, ni con una mujer o con un hombre.

La dimensión comunicativa es el conjunto de potencialidades del ser humano que le permiten encontrar sentido y significado de sí mismo y representarlos a través del lenguaje para interactuar con los demás.

EL SER ESPIRITUAL:

Aquella presencia de la libertad, de la apertura al mundo, la autoconciencia, la autodecisión, etc. son caracteres que se reúnen en lo que llamamos espíritu, lo que hace al hombre un hombre, como diría Scheler. En esa disposición pedagógica mediante la cual se hace posible la educación, confluyen tres factores esenciales: la responsabilidad, la conciencia y la aspiración al valor.

Para unos, se trata de un proceso de aprendizaje, para otros constituye una instancia racional y lógica, aunque con elementos afectivos y sentimentales. Los psicoanalistas la entenderán como un súper-yo.

La dimensión espiritual es la posibilidad que tiene el ser humano de trascender –ir más allá -, de su existencia para ponerse en contacto con las demás personas y con lo totalmente Otro (Dios) con el fin de dar sentido a su propia vida

OTRAS DIMENSIONES DEL SER HUMANO:

Consultar el Texto Didáctico “La Formación Integral y sus Dimensiones”. Colección Propuesta Educativa No. 5, Abril de 2003.

J Dimensión ÉTICA: Es la posibilidad que tiene el ser humano de tomar decisiones autónomas a la luz de principios y valores y de llevarlos a la acción teniendo en cuenta las consecuencias de dichas decisiones para asumirlas con responsabilidad.

J Dimensión COGNÍTIVA: Es la posibilidad que tiene el ser humano de aprehender conceptualmente la realidad que le rodea formulando teorías e hipótesis sobre la misma, de tal manera que no sólo la puede comprender sino que además interactúa con ella para transformarla.

J Dimensión AFECTIVA: Es el conjunto de posibilidades que tiene la persona de relacionarse consigo mismo y con los demás; de manifestar sus sentimientos, emociones y sexualidad, con miras a construirse como ser social.

J Dimensión ESTÉTICA: Es la posibilidad que tiene la persona para interactuar consigo mismo y con el mundo desde su propia sensibilidad permitiéndole apreciar la belleza y expresarla de diferentes maneras.

J Dimensión SOCIO POLÍTICA: Es la capacidad de la persona para vivir «entre» y «con» otros, de tal manera que puede transformarse y transformar el entorno en el que está inmerso.

J Dimensión CULTURAL: Está constituido por todo lo adquirido socialmente: conocimientos, técnicas, hábitos, normas.

J Dimensión HISTÓRICA: Los cambios en la cultura y el crecimiento de las personas se dan en el tiempo. Sólo la persona humana tiene conciencia de su temporalidad, sabe que su presente está relacionado con el pasado y está condicionando su futuro.

Tanto el crecimiento como el desarrollo y la maduración convergen en la consideración del hombre como ser-en-formación. Desde el punto de vista anatomo-fisiológico es perceptible el crecimiento a través de distintas etapas (infancia, pubertad, adolescencia, madurez y senectud) en las que, biológicamente, se configuran sus proporciones y adquiere su forma, que nunca será permanente, tanto por el crecimiento progresivo como por el degenerativo a partir de determinado período.

Herencia y código genético, por una parte, y, por otra, el ambiente, influyen sustancialmente. Si el crecimiento tiene un carácter cuantitativo, el desarrollo, en cambio, se refiere a aspectos más cualitativos. Se trata de la evolución progresiva de las estructuras de un organismo, y de las funciones por ellas realizadas, hacia conductas de mayor calidad o consideradas superiores. Es, en consecuencia, un proceso de construcción, no algo ya dado, que tiene lugar a través de distintos estadios de los que la psicología evolutiva da cuenta. La maduración es entendida como la presencia de cambios morfológicos y también de pautas de conducta que se producen de manera biológica sin el concurso del aprendizaje. Ambos factores (maduración y aprendizaje) dan lugar, pues, al desarrollo paulatino del individuo. Tanto el crecimiento como el desarrollo y la maduración constituyen una confirmación del constante hacerse del hombre como ser en continuo devenir, que progresa, que requiere ayuda y que camina hacia la madurez -nunca completa-, entendida ésta como referencia del objetivo alcanzado en un determinado estadio de su desarrollo.

Durante estos procesos se manifiestan en el ser humano las posibilidades y capacidades que le son inherentes y que propician el paso de aquello que es a aquello que puede ser; paso en el que el papel de la educación es absolutamente necesario. La consideración del hombre como ser-en-formación, inacabado siempre, propicia la apertura hacia la ayuda educativa. En ella, la antropología de la educación tiene un cometido importante, ya que, especialmente, como sostiene Menze, su objeto es el proceso de formación con sus presupuestos y factores, en cuanto proceso de la génesis humana, llevada a cabo a través de la reflexión filosófica y de la práctica científica.

Habilidades:

  • Habilidad en el conocimiento y aceptación de su ser persona.
  • Con capacidad de aceptación personal, de saber manejar sus sentimientos y tomar decisiones.
  • Con capacidad de empatía con la familia y el niño que inicia el proceso.
  • Con capacidad de ayudar a los interlocutores en su proceso de Iniciación.
  • Con capacidad de saber construir juntos.
  • Habilidad en el contacto, conocimiento y profundización de la Palabra (por la práctica de la Lectio divina).
  • Con capacidad de alimentar su espiritualidad a través de la meditación personal y comunitaria de la Palabra de Dios.
  • Con habilidad en la vivencia litúrgico sacramental.
  • Con capacidad de profundizar el encuentro con Jesús que impulsa y ayuda a discernir su llamado comprometiéndose como catequista.
  • Con capacidad de escuchar, responder y comprometerse.
  • Habilidad de acompañar el proceso de la Iniciación Cristiana que nace de su experiencia de vida.

 

Actitudes:

  • Una fuerte experiencia de fe y confianza en la paternidad de Dios.
  • Dialoga con El y se muestra alegre y disponible a cumplir, en la concretes de la vida cotidiana muestra su voluntad, nutriendo así su experiencia.
  • Hace propias las opciones del Maestro Jesús.
  • Abre su corazón a los tesoros del Espíritu Santo, desde los cuales su fe extrae entusiasmo y fortaleza.
  • Funda su conocimiento de Dios en la Sagrada Escritura y hace experiencia de Dios en la liturgia y la oración. Hace referencia constante a María.
  • Experimenta la alegría de ser Iglesia- comunidad, hace propias las esperanzas, alegrías, dolores del pueblo de Dios.
  • Participa en los problemas de la comunidad cristiana.
  • Vive como protagonista y no como espectador haciendo efectivos sus carismas de animador, educador, coordinador.
  • Armoniza las diferentes áreas de su vida como son familia, estudio, trabajo, apostolado sin acentuar exageradamente una y sin descuidar las otras.

Ningún método, por experimentado que sea, exime al catequista del trabajo personal en ninguna de las fases del proceso de la catequesis; el carisma recibido del espíritu, una sólida espiritualidad, y un testimonio transparente de vida cristiana en el catequista constituyen el alma de todo método; sus cualidades humanas y cristianas son indispensables para garantizar el uso correcto de los textos y de otros instrumentos de trabajo. El catequista es intrínsecamente un mediador que facilita la comunicación entre las personas y el misterio de Dios, así como la de los hombres entre sí y con la comunidad; por ello ha de esforzarse para que su formación cultural, su condición social y su estilo de vida no sean obstáculo al camino de la fe, aún más, ha de ser capaz de crear condiciones favorables para que el mensaje cristiano sea buscado, acogido y profundizado.

La acción catequética de los fieles laicos tiene, también, un carácter peculiar debido a su particular condición en la Iglesia: “el carácter secular es propio de los laicos”. Los laicos ejercen la catequesis desde su inserción en el mundo, compartiendo todo tipo de tareas con los demás hombres y mujeres, aportando a la transmisión del Evangelio una sensibilidad y unas connotaciones específicas: “esta evangelización, adquiere una nota específica por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo”. En efecto, al vivir la misma forma de vida que aquellos a quienes catequizan, los catequistas laicos tienen una especial sensibilidad para encarnar el Evangelio en la vida concreta de los seres humanos. Los propios catecúmenos y catequizandos pueden encontrar en ellos un modelo cristiano cercano en el que proyectar su futuro como creyentes.

Efectivamente, mientras trazas para tus muchachos un itinerario de crecimiento en el amor de Cristo, no puedes separarte del camino que ellos recorren, sino que debes avanzar a una con ellos en el redescubrimiento de la originalidad cristiana, es decir, en hacerse en el mundo de hoy signos vivientes del «santo servidor Jesús» (Hch. 4, 27) con miras a la construcción de una Iglesia ministerial. Se requiere por consiguiente, de parte del catequista, «una sólida y permanente formación espiritual», ya que «solamente quien está en una profunda comunión con el Espíritu Santo puede convertirse en anunciador del mensaje que vive».

Tallerista: MarÍa Teresa Penagos

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