EL CATEQUISTA, “PROFETA” EN LA IGLESIA

EL CATEQUISTA, «PROFETA» EN LA IGLESIA

El catequista es un profeta que anuncia y denuncia las injusticias que se dan en la sociedad.

La identidad del catequista en la Iglesia es muy semejante a la figura del profeta, hasta el punto de que ésta permite reconstruir aproximadamente algunos de los rasgos importantes de la expresión espiritual del ministerio de la Palabra. Se sigue de aquí una mayor conciencia de estar desempeñando en la comunidad cristiana un servicio que te sitúa en la línea de los profetas y, por consiguiente, dentro de la historia de la salvación, que hoy día se lleva a cabo también por obra y gracia de tu tarea catequética. «Mira que pongo mis palabras en tu boca» (Jer. 1, 8) Ante el llamamiento de Dios a desempeñar el ministerio de la Palabra, el catequista puede compartir, como los profetas, un sentimiento profundo y sincero de incapacidad, de insuficiencia, que le asalta casi con idéntico acento. No me van a creer ni van a escuchar mi voz» (Ex.4, 1). ¡No sé hablar, pues soy muchacho»! (Jer.1, 6). ¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy hombre de labios impuros! (Is.6, 5). Es el comportamiento característico de quien supone que ha de desempeñar por sí solo el ministerio que le ha sido conferido, partiendo de las propias fuerzas, lo cual le hace ver una serie de limitaciones que en un primer momento le inducen a declinar la invitación. Tal verificación es, por el contrario, un componente indispensable de tu misión catequética, la cual, como la del profeta, nace de la conciencia de hablar «en nombre de otro», de anunciar palabras que no te pertenecen, porque son de Dios. De hecho, él mismo crea al profeta con algunos gestos simbólicos: purifica con fuego sus labios (Is.6, 5-7; Jer.1, 8), le permite asistir al «consejo del Señor» (Jer.23, 18) y lo introduce en la corte celeste (Ez.1, 26-28). Es un conjunto de signos que expresan la familiaridad que Dios mantiene con aquellos a quienes envía a anunciar su Palabra.

Jesús, a diferencia de los rabinos de la época, llama personalmente a los discípulos, siendo así que, de ordinario, eran los discípulos los que buscaban al maestro (Mc.1, 14-20; 2, 13-17; 8, 27-38). Jesús conversa con ellos como un «rabino», estableciendo con ellos unas relaciones familiares y afectuosas que eliminan toda distancia. Les tranquiliza diciendo que en los momentos difíciles no deben preocuparse de lo que han de decir, porque será el Espíritu quien hablará en ellos «No os preocupe cómo o qué hablaréis; porque se les dará en aquella hora lo que deben decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable por vosotros» (Mt.10, 19-20).

El catequista, a diferencia de los profetas, no habla tan sólo en nombre de Otro, sino que con su propia persona, con sus palabras y sus gestos, hace Presente a Jesucristo. En un cierto sentido SE CONVIERTE ÉL MISMO EN LA PRIMERA ENCARNACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS ante los catequizandos. Por este motivo, sólo en la medida en que tratas de identificarte con Cristo con tu propia vida, te conviertes en un auténtico portavoz suyo, porque tu palabra puede ser verdaderamente la «suya».

«Tú eres mi siervo, en el que manifestaré mi gloria» (Is.49, 3) A través de la palabra y la vida del profeta, Dios manifiesta su gloria, es decir, su presencia y su acción de salvación en medio del pueblo. Por eso el silencio de los profetas es concebido como una señal de lejanía de Dios y uno de los castigos más temidos. También hoy tu servicio de la Palabra se propone revelar a los niños, jóvenes y padres de familia la gloria de Dios, es decir, su misterio de amor tal como se ha manifestado en Jesucristo. De lo cual se sigue que, antes de insistir en la respuesta humana que puede brotar del encuentro con el Señor, es necesario subrayar aún más la voluntad y el deseo de Dios de dar a conocer su gloria, es decir, de entrar en comunión de vida con toda persona.

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BIBLIOGRAFÍA:

GATTI, Gaetano. Itinerarios de fe para la formación espiritual del «ministro de la palabra» ser catequista hoy. En www.mercaba.org/FICHAS/…/ser_catequista_hoy_1.htm, consultado el 31 de Julio de 2012.

Evangelli nuntiandi, exhortación apostólica de Pablo VI sobre la evangelización en el mundo contemporáneo (1975), en todo el presente documento aparece con la sigla: EN.

Es necesario que recuperes la conciencia de la importancia básica de la vida de comunión con Dios, a fin de cumplir con fidelidad tu servicio de la Palabra, que es un ministerio de gracia y exige competencia y santidad. El objetivo es que te encuentres con Jesús y conozcas su proyecto de vida. El Señor te envía efectivamente a anunciar su Palabra dentro de un ambiente preciso, a un determinado grupo, con una finalidad bien concreta; al irte haciendo cada vez más dócil a la acción del Espíritu te será posible ir descubriendo este proyecto que él tiene sobre ti.

La acogida de fe, la actitud del catequista respecto a la llamada del Señor, más que una decisión, es una respuesta de fe a la invitación del Espíritu que la ha precedido. Aceptar el ministerio catequético equivale a acoger en la propia existencia al santo «siervo Jesucristo» (Hch. 4, 27), convertirse en discípulos suyos, es decir, compartir su proyecto de vida, seguir su camino y encontrar en él, promulgador de la Palabra del Padre, el modelo de práctica del ministerio catequético. Sin convertirte en amigo suyo no te es posible ser fiel al don recibido. De hecho, lo que capacita a los apóstoles para el ministerio de la Palabra es la vida de comunión con Jesucristo, es decir, el haber vivido con el (Hch.2, 13), haber comido y bebido con él (Hch. 10, 39 – 41), el haber trabado con él unas relaciones de familiaridad y de confianza recíproca. Son condiciones indispensables. Como catequista no eres llamado ante todo a responder a la invitación de Jesús: «Id y enseñad a todas las gentes» (Mt 28,18), sino a acoger con fe y con amor su invitación: «Venid y veréis” (Jn.1, 39), es decir, a permanecer con él en la oración, en la meditación, en el silencio y en la experiencia de la vida eucarística. Del hecho de convertirte en discípulo de Cristo y, por consiguiente, del hecho de escogerle a él como persona con la que compartir tu propia vida, es de donde arranca la progresiva maduración de tu respuesta de fe a la vocación catequética.

Maria Teresa Penagos

 

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