ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA

El catequista, testigo de la caridad

 

 

Un amor que se alimenta cada día del trato personal e íntimo con el Señor en la Eucaristía y en la oración personal, en la que el catequista dedica largos ratos a hablar con el Padre como lo hacía Jesús durante su ministerio público.

El catequista está llamado a vivir del amor de Dios que siempre se anticipa y se adelanta. La espiritualidad del catequista: abierta a los problemas del hombre y de su tiempo El catequista, en cuanto servidor del evangelio, sirve al hombre y al mundo Por otra parte, junto a esta dimensión social, la catequesis colabora a una inclusión más humana del interlocutor.

La vida evangélica en la que inicia el catequista a los intorlocutores proporciona una profunda solidez humana en la vida diaria. Esta atención al interlocutor por parte del catequista empieza por conocer a su grupo de catequesis. El catequista debe conocer el modo de ser de sus interlocutores, sus circunstancias personales, sus experiencias humanas más profundas, su entorno familiar, el ambiente y medio en que viven.

Es fundamental que el catequista conozca asimismo el presente y el pasado de cada interlocutor  de su grupo, y deberá tenerlo muy presente para ayudar a integrarlo dentro del proceso de la catequesis. Arraigado en su ambiente, el catequista comparte los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de su tiempo (cfr. Gaudium et spes 1) y se compromete con ellos.

Es precisamente esta sensibilidad para lo humano la que hace que su palabra catequizadora pueda ahondar raíces en los intereses profundos del hombre e iluminar las situaciones humanas más acuciantes, promoviendo una respuesta viva al Evangelio. El testimonio del compromiso social del catequista, posible con su dedicación a la catequesis, tiene con los interlocutores un valor educativo muy importante. El ministerio del catequista no se detiene en las personas aisladas. El catequista ha de estar interesado en educar las relaciones que se van estableciendo entre las personas del grupo; es decir, ha de favorecer y propiciar las primeras experiencias comunitarias entre los miembros de su grupo que les ayuden a crear su sentido de pertenencia a la Iglesia.

El catequista ha de conocer la dinámica concreta de su grupo y las resistencias que surgen dentro de él; ha de estar atento a cómo los interlocutores van madurando e integrando su personalidad de creyentes en las distintas circunstancias y momentos de crisis por los que pasa el grupo.

El catequista, al catequizar, transmite la fe que la Iglesia cree, celebra y vive. Dimensión eclesial de la espiritualidad del catequista El catequista sabe que es un testigo y un eslabón más de una larga tradición que deriva de los apóstoles (cfr. Dei Verbum 8). Quien catequiza transmite el Evangelio que, a su vez, ha recibido (cfr. 1 Co 15,3). La predicación apostólica se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos (cfr. Dei Verbum 8). En la tradición apostólica hay ciertas constantes, inalterables al paso del tiempo, que configuran toda la misión de la Iglesia y, por tanto, de la catequesis.

 

CATEQUISTA: LUIS EDUARDO MEDINA MUÑANTE

 

 

 

 

 

 

 

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