PARA PENSAR LA CATEQUESIS: VI A UN MENDIGO DORMIR BAJO EL FRIÓ EN UNA NOCHE DE INVIERNO. Y NO HICE NADA POR EL.

Vi a un mendigo dormir al frío en una noche de invierno

 

Es este un hecho histórico narrado por Martín Descalzo.

Un amigo mío formaba parte hace años de una pequeña y ardiente comunidad cristiana. Un día a la semana se reunían para hablar de Cristo, de la fe, de cómo difundir su mensaje. Y, como todos eran gentes con sus jornadas de trabajo, se reunían de noche, con cena sobria a la que seguía una larga conversación que a veces se prolongaba hasta las tres de la mañana. Mi amigo salía de allí dispuesto a entregar lo mejor de su vida por el Señor. Hasta que….

Era una noche de invierno, heladora y cortante, cuando mi amigo, tras la charla con su comunidad, llegó a su casa cerca ya de las tres de la madrugada y, al bajarse del coche, vio que enfrente de su portal, en el jardín frontero, sobre un banco de hierro, dormía una persona anciana mal cubierta con algunos periódicos. Algo ocurrió en el alma de mi amigo; con una noche así, un hombre sobre un banco, sin otra protección que un viejo abrigo y unas hojas de papel podía bien morirse de congelación. ¿Podría dejarle al desamparo? Dentro de sí oyó gritar una voz que le explicaba que eso sería un crimen. Pero pronto otra voz le recordó que no podía meter en su casa a un desconocido. ¿Y si era un ladrón? ¿Y qué dirían su mujer y sus hijos si a las tres de la madrugada les despertaba para acomodar en casa aquel hombre andrajoso?

Cuando mi amigo metió la llave en la cerradura de su casa se gritó a sí mismo que era un cobarde. Pero el egoísmo fue más fuerte que él. Y, ya en su piso, evitó asomarse al balcón para impedir que la conciencia multiplicara los martillazos con que estaba asediándole.

Ya en la cama le pareció que las mantas eran a la vez pesadas y congeladoras. Se sentía habitando a la vez en el infierno de su egoísmo y en el cuerpo del mendigo. Y tardó mucho en dormirse aquella noche porque la figura del hombre acurrucado en el banco parecía clavada en su imaginación. A la mañana siguiente, al despertar, se acercó con pánico a la ventana; estaba seguro de que aún vería en el banco aquel cuerpo – quizás muerto- que él había abandonado. No estaba. Y no supo si sentía ganas de reír o llorar. A lo largo de toda la semana siguiente vivió en la vergüenza. Se miraba en el espejo y sentía asco de sí mismo. No se atrevía a ir a la iglesia ni a comulgar. Sentía unos infinitos deseos de que llegara el próximo viernes para confesarse ante Dios y sus compañeros de aquel pecado que, conforme pasaban los días, crecía en su conciencia.

Cuando el viernes llegó y contó, casi con lágrimas, su cobardía, percibió con asombro que la historia no impresionaba mucho a sus compañeros. Y no era que la disculpasen, aceptando que todo hombre hace mil disparates al día; sino que, además, encontraban teorías para rebajar su gravedad. Alguien explicó que la batalla urgente no era tanto ayudar a los individuos como cambiar la sociedad. Otro dijo que la caridad sólo era auténtica cuando se convierte en justicia. Un tercero comentó que la limosna denigra tanto al que la recibe como al que la da. Alguien añadió que dar cama una noche a un vagabundo no iba a resolver sus problemas. Y no faltó quien dijo que “gente así ya está acostumbrada a dormir en un banco”.

Mi amigo salió aquel día más congelado que nunca de la reunión. Y decidió no volver más a aquellas reuniones. No quiso juzgarles, ni menos condenarles. Pero entendió que algo no funcionaba en todo aquello.

Creo que ese hecho es algo muy común entre nosotros los cristianos. Sabemos tanta sociología que estamos olvidándonos del hombre, del hombre concreto. Hemos logrado autoconvencernos de que el mal es una cosa anónima, del que tendría la culpa la sociedad y no nosotros. Al parecer ni el delincuente tiene culpa alguna ni la tienen las personas que de algún modo le rodearon. La culpa es de las estructuras. El día que cambien las estructuras, se dice, la criminalidad habrá desaparecido. Nadie parece saber quiénes son los culpables de las estructuras.

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