PENSAR LA CATEQUESIS: “DÍGALE A ALGUIEN QUE ESTOY AQUÍ”

 

“Dígale a alguien que yo estoy aquí”

 

 

En víspera de Navidad, el director del hospital de niños de Managua, Fernando Silva se quedó trabajando en el hospital hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes de Navidad cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar la noche buena. Hizo un último recorrido por las salas del hospital; vio que todo quedaba en orden y decidió salir. A un cierto momento sintió que unos pasos lo seguían; eran unos pequeños pasos suaves, casi de algodón. Se volvió y descubrió que uno de los niños enfermos caminaba detrás de él, en la penumbra. Lo reconoció; era un niño que no tenía padres, ni parientes, ni amigos que los vinieran a visitar. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que casi pedían disculpas por existir. Se acercó y el niño le rozó con la mano y le susurró: “DÍGALE A ALGUIEN QUE YO ESTOY AQUÍ” Llegan al alma las palabras de este niño, son palabras que conmueven el universo. ¡Cómo las habrá oído Dios Padre! y ¡cómo habrán conmovido a aquel médico tan entregado para aliviar el sufrimiento y la soledad de aquello niños .enfermos! Y nos preguntamos: ¿por qué tantos sufrimientos en este mundo y por qué sufren tantos inocentes? Este niño ni siquiera pedía por sus padres “dígale a alguien”. Se conformaba con que alguien se diera cuenta de él. El amor de Dios no puede manifestarse sino a través de nosotros. Si no se recibe amor es casi imposible descubrir que Dios nos ama. Es por eso que somos sacramentos los unos por los otros, es decir, signos visibles y eficaces del amor de Dios que nos ama. Este es el misterio que Jesús Cristo nos reveló y la Iglesia está llamada a proclamar a todo el mundo: “Dios es Padre”.

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